Editorial Angosta, enero de 2019, segunda edición.
195 páginas.
Siento que no entiendo qué me quiere decir esta historia. Me parece un camino claro que no me lleva a ningún sitio al final. Pienso que al llegar al cierre está todo tan despejado que no soy capaz de ver nada. La primera historia es la de una mamá y dos hijos en una casa. La mamá, enferma o no, parece inventarse dolores y quejarse de ellos interminablemente y eso perturba permanentemente la vida de la hija mayor, primero, y la del otro hijo, después. Casi al final, después de que las quejas de la mamá se convierten en silencio y eso trastorna aún más la vida de los hijos, hay un giro a lo fantástico que también produce un vuelco inexplicable en la vida, ya casi muerte, de los habitantes de esa casa.
Que las quejas aparentemente inventadas de Bernarda (la mamá) produzcan una turbación profunda en la vida de esa casa es entendible, pero que el silencio produzca una turbación mayor es confuso. El silencio de la mamá revela una sensación de dependencia al dolor en los hijos, y nadie parece darse cuenta, hasta el final. Los tres habitantes de esa casa, en últimas, son dependientes de un dolor más imaginario que real, se quejan todo el tiempo de él, pero cuando cesa, les parece aún más insoportable, y sienten la necesidad de reemplazarlo por algo peor o igual.
Esa dependencia al dolor imaginario se presenta en tres niveles. Primero es el de la mamá y sus quejas físicas, luego, cuando el silencio aparece, es el de la hija y sus quejas sicológicas, luego, cuando aparecen los gusanos, es el del hijo que sigue viviendo (¿con un cuerpo en descomposición?) hasta que por fin decide mudarse; y la hija, que ya no habla con su hermano, descubre lo tonta que ha sido, tiempo después, al girar la llave de la puerta de «su casa, la nueva, la verdadera».
El estilo es claro y sencillo al menos en la estructura de las frases, que ahora tienen pocos adjetivos, menos palabras poco comunes y menos frases subordinadas. La estrategia narrativa parece simple, pero a la vez, cuando llego al final, la siento hermética, siento que no la entiendo, y siento también que se vuelve inverosímil.
El motivo por el que pienso que el tema es el de esos dolores o miedos imaginarios es porque alguna vez yo los he sentido así. He sentido que el presente tonto e inmediato me abruma y me paraliza, y he sentido también que una vez cesan los motivos para tener miedo mi cabeza y mi cuerpo los sigue sintiendo, y los reproduce continuamente, y de esa forma el presente inmediato de los miedos y dolores inventados me hacen difícil vivir mi propia vida, que también me imagino. Lo sentí alguna vez así con el miedo infantil e inexplicable a los perros, luego con el de la timidez o el temor a la gente, luego con la familia y la desconfianza y el temor a que el techo o el suelo que piso se me derrumben encima, o debajo, en cualquier momento.
¿o qué pensas vos?