Lectores, jurados y algoritmo (Antología XI Premio Nacional La Cueva)

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Los cuentos fueron enviados durante el 2022; o sea el principio del fin de la cuarentena, y el principio de la pospandemia. Recibieron 1819 relatos. Los primeros lectores filtraron ese número para los jurados principales. Supongamos que Margarita García Robayo, Fernanda Trías y Alejandro Zambra recibieron 100 cuentos. Tenían que elegir 25 (incluyendo 3 ganadores y 2 menciones de honor). De los 25 cuentos elegidos, 21 tienen como tema principal los diferentes ecosistemas familiares. El ganador se llama Álbum familiar, pero el libro, con los 25 cuentos, parece, entero, un álbum familiar. Es la cuarta antología de La Cueva que leo, es la primera vez que veo tanta repetición de un solo tema. Casi siempre reciben más de 1400 relatos, de muchos lugares del país; el factor común, en las antologías colombianas de cuento que recuerdo, creo, sin revisarlo mucho, tiende a ser la violencia y el desamor.

Pero esta vez el tema casi unánime fueron las relaciones familiares. De los 4 que no tienen como tema la familia 2 tienen como tema la soledad, que al expresarse como queja resulta siendo una forma negativa de la familia, también. Pienso entonces en el canon, en lo específicamente literario, y en los lectores (y los jurados son lectores especializados); pienso, en resumen, en lo que consideramos literatura a partir de lo que preferimos. Y pienso en el valor, o la función, de la literatura, en la sociedad. Porque la literatura no es un valor estable: la literatura es lo que unas instituciones legitimadoras consideran que es literatura, en determinado momento histórico. La literatura, como casi todas las cosas, es, en resumen, una ficción colectiva, y es un valor mudable. Y como vivimos dentro del capitalismo, que atraviesa absolutamente todo aunque no lo podamos señalar, la literatura contemporánea depende del capitalismo. Y es por esa confusión entre mercado y literatura que hay tantas personas lectoras que afirman que la literatura no sirve para nada, que va a extinguirse, que ya nadie lee. Es por esa mezcla entre mercado y literatura que los consumidores y los lectores se confunden, y es también por eso que muchas de las instituciones legitimadores dejan que sean los consumidores los que decidan qué es literatura. Pero los consumidores del capitalismo siempre van a preferir lo que sea fácil de entender y conmovedor, o sea rápido, repetible y superficial.

¿De quién, entonces, fue la idea, accidental, de convertir esta convocatoria en un álbum familiar?, ¿de los jurados, de los prelectores, de los organizadores, de las personas participantes, de la pandemia, todo junto, ninguna de las anteriores? Sería necesario hacer una investigación para opinar con bases, pero, como no lo voy a hacer, voy a resumirlo arbitrariamente: fue por la pandemia, o sea el contexto histórico, y los jurados, o sea los lectores. Eso es el canon literario, una suma de contexto histórico y selección legitimadora por parte de los lectores influyentes. En esta época a eso le podemos llamar algoritmo, ¿no? Para el canon no es suficiente el contexto histórico porque la forma de contar es la que hace potente lo que se cuenta. La misma trama de Cien años de soledad no se ganaría un Nobel de Literatura si estuviera contada con el estilo de un reportaje común. Y, en general, tampoco es suficiente una forma de contar efectiva y especializada si eso no genera una conexión emocional memorable en los lectores, o sea si no genera un significado; o sea que la legitimación de una persona lectora influyente no es suficiente si un público más amplio de lectores no se siente conmovido por lo que lee.

Sin embargo, creo yo, cuando uno ama la literatura, el canon puede ser un principio, pero es también una desconexión. Alguna vez creí leer que García Márquez dijo, aunque tal vez me lo inventé, aunque tal vez solo era mi García Márquez interior, el que todos llevamos dentro, el que dijo que en la literatura solo existían cuatro temas: el poder, la soledad, el amor y la muerte. Pues yo no estoy de acuerdo con mi García Márquez interior, y le creo más bien a mi Juan José Saer interior: en la literatura solo existe un tema: la realidad. Y «la realidad [ahora sí cito al real] no es un referente objetivo y universal, sino una percepción momentánea del mundo». La repetición que establece el canon (ese modelo de referencia) es, entonces, un falseamiento de la percepción personal del mundo, una copia de un referente más que una forma de expresar una percepción personal. Lo que quiero decir, entonces, es que me genera mucha desconfianza la repetición temática de esta antología, aunque sea fruto de un evento histórico. Y no es una desconfianza frente a la intención de los jurados o alguien más, sino una desconfianza acerca de la literatura que preferimos en la actualidad.

Pienso que la literatura es aprender una forma particular de percibir y expresar el mundo, y pienso que el mercado tiende a aplanar la literatura, para convertirla en un bien de consumo masificable, o sea reproducible, o sea a aplanar la percepción del mundo, como hacen los algoritmos de las redes virtuales. Y pienso que es una función de los lectores, los que aman la literatura, sobre todo, intentar redefinir lo literario en esta época.

Para el efecto literario, la forma de contar es más importante que lo que se cuenta, y para quien ama la literatura la sola forma de contar ya dice algo. La forma de contar es, creo yo, lo específicamente literario. La función de la literatura, en el contexto social, es comunicar el síntoma. Pero si el síntoma monopoliza a la forma la literatura sobra.

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Primeras notas al pie (o lo específicamente literario)

El libro me pareció bueno. Sí tiene diferentes formas de contar, aunque predomine un tema. Lo que se hace es desarrollar variaciones sobre ese mismo tema. La unidad temática de esta antología me pareció un detonante para la reflexión, más que un argumento para criticar el resultado. Amé en especial un cuento llamado «Lombrices de tierra», de Brian Camilo Lara Merchán. De ese cuento disfruté mucho la intensidad de una imagen poética que resume la historia oculta y la historia expresada en la escena de unas lombrices de tierra que hacen huecos profundos para mantenerse seguras, pero que, cuando llueve demasiado, cuando se les inundan sus refugios, tienen que salir a respirar.

El narrador es un adolescente que admira mucho a un amigo del colegio, y que, cuando llueve mucho, va a refugiarse del agua en una esquina solitaria del colegio. Un día de mucha lluvia escucha, por error, a su amigo pelear con la novia, y la novia le reclama, en una frase que parece una terminación, mientras el amigo la escucha en silencio y el narrador piensa que su amigo debería decirle algo, así sea cursi, algo que evite esa separación. Sabemos, por un par de frases aisladas en el cuento, que la preocupación que siente el narrador por la pelea de su amigo con la novia es porque le recuerda al papá y la separación de su mamá, sabemos que el narrador sabe que las lombrices de tierra salen a respirar cuando hay mucha lluvia porque el narrador iba a buscar lombrices con el papá, sabemos que el narrador admira cómo las lombrices tienen la capacidad de regenerar su cuerpo cuando son cortadas por la mitad, y sabemos todo eso aunque esté casi oculto, lo sabemos sobre todo por la intensidad de la imagen poética que mezcla todos los elementos en uno solo, y nos revela lo que está escondido porque la lluvia nos obliga a salir a respirar, para no ahogarnos. El dolor por una separación que no se nombra, la capacidad de las lombrices de tierra de regenerarse después de una separación, la necesidad de las lombrices de salir de su lugar seguro (sus agujeros bajo la tierra) cuando la lluvia intensa las obliga a respirar en el exterior, y el relato explícito que nos hace creer, si leemos sin sentir, que la historia es acerca de una peleíta común de una pareja adolescente. Creo que eso es lo que amo de la literatura, ese lenguaje extraño que termina por revelar una innegable razón que la razón racional ignora. 

También disfruté distintos elementos de otros cuentos. La forma en que en «Hoy comemos carne» Javier Samudio enfrenta y sostiene hasta el final la premisa agresiva de una familia que decide matar a su perro viejo, que ha vivido con ellos toda la vida, para tener algo que comer. El lenguaje divertido pero significativo, de sitcom, que utiliza la narradora de «Todos los perros callan algo», Laura Viviana Ortiz, para descubrir algo de ella misma, a través de la tensa relación de la narradora con el perro de su amante. El contraste entre los calzones inmaculados de la suegra con los calzones lubricados y florecidos de secreciones de Paulina Panigua, la narradora, en «Dónde están mis calzones», de Danielle Navarro. La premisa de la necesidad de un Ministerio de la Soledad, un índice de masa social (IMS) para calcular y medir la soledad, y la necesidad del trabajo de paseadores de personas, en un mundo enfermo, que es el nuestro; en un cuento llamado «Índice de masa social», de Andrés Correa. O el orden del corazón (y no cronológico), además de los recursos con pistas de crucigrama, entre otros, en una narración de una persona dedicada a tareas prácticas, para no morirse de dolor en una vida atravesada por unos duelos que no se nombran mucho; en «Ganarse la vida», de Carlos Ospina Marulanda. El mareo de la voz del narrador y la mezcla de esa voz con la vida de un personaje que se ahoga con alcohol para intentar no naufragar, en «Mareo», de Sebastián Gaviria. La extrañeza en el orden de sucesos que revelan un dolor y un significado, en «Bestias cabalgando animales», de Pablo Patiño. En fin, esta antología tiene muchos elementos relacionados específicamente con la forma de contar, que vale la pena leer y vivir. Qué lástima que no sea tan fácil de conseguir.

También sé de algunos cuentos que se quedaron fuera de la selección y que pienso, sinceramente, que deberían estar aquí. Y también participé en esta convocatoria, y no clasifiqué; participé con un cuento que, ahora que leo la antología, sinceramente, estoy convencido de que, porque se cae de su propio peso, no cabía aquí: era un cuento sobre un personaje gordo intentando acomodarse en una realidad estrecha, un cuento al que tal vez vuelva, o tal vez no.

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Segundas notas al pie (o mi experiencia con lectores especializados)

Vuelvo a los lectores. Mi experiencia personal con ellos. Hace poco publiqué, con la editorial Eafit, mi primer libro de cuentos, Todos los amigos son imaginarios. Los cuentos que hacen parte del libro, malos o buenos, fueron trabajados y digamos que probados por años (tal vez nueve) en talleres, editoriales y convocatorias. El libro, para mí, es un primer resultado de mi experiencia formativa, una experiencia formativa que nunca se va a acabar y que tal vez nunca forme ni deforme gran cosa. Una experiencia formativa que es mi vida entera.

Durante este proceso recibí comentarios especializados desde el principio, que me hicieron pensar en dos cosas: la literatura cuando es solo un trabajo, y, otra vez, en el canon local. O sea, qué prefieren, y cómo actúan, los lectores especializados en Colombia, en Medellín.

Este comentario tiene spoilers ligeros sobre mi libro. Pero yo no creo que esos cuentos sean principalmente sobre la trama, sino sobre la forma, entonces vamos a hablar:

De lo que he sido capaz de escribir, el cuento que más me gusta se llama «Maduración y comportamiento de la pepita de guayaba». Para mí, es un cuento erótico que utiliza el lenguaje poético como el de la poesía de Jaime Jaramillo, Jaime Sabines, León de Greiff y el glíglico, para narrar el conflicto de un narrador entre lo ideal y lo carnal, resumido en algo así como un despecho. Fue finalista en el premio de La Cueva VIII. Al año siguiente se lo envié a Andrés Hoyos, de El Malpensante, quien tuvo la amabilidad de burlarse rápidamente de mí. Digo lo de burlarse con sinceridad, porque es más que el silencio o la respuesta pre-escrita que por lo general envían estos medios cuando alguien no recomendado envía algo, a causa de la cantidad de correos que reciben (a José Ardila, primer editor de Angosta, le leí en un tuit que la mayoría de publicaciones en el mundo editorial colombiano suceden por afectos o conveniencias, y yo le creo). Esto me respondió, amablemente, Andrés Hoyos: «A ver, Felipe, es legítimo incluir digresiones en un cuento, pero como su nombre lo indica, un cuento es para contar algo. El tuyo no contiene casi ninguna narración, apenas las digresiones sobre nombres y frutas. Te sugiero reescribirlo contando algo que pase y que, claro, tenga interés». ¿Tiene razón? A pesar de mí, pienso, tengo que hacerlo, tal vez. Sin embargo, lo que más me importó de esa respuesta es la expectativa de un lector especializado, en esta época, tan distante ya de las innovaciones del archiconocido Cortázar, acerca de qué es un cuento: algo que cuente algo, que tenga interés. Y yo me pregunto, entonces, ¿qué será, en literatura, contar?, ¿será que, para un lector así, la poesía nunca dice nada más que una digresión? Qué extraño.

Paloma Pérez Sastre, escritora, académica y muchas cosas literarias y reconocidas más desde hace muchísimos años, fue parte de la terna de jurados en una convocatoria de estímulos a la que me presenté con un cuento que está en este libro. Se llama «Comedia romántica radical». El cuento comienza con una escena de una pareja haciendo un picnic en un parque, durante la escena un par de perros callejeros aparecen y se ganan la confianza de la pareja, que termina por adoptar a los perros, de ahí en adelante la historia relata la relación de la pareja de perros, y la pareja de humanos es un telón de fondo que casi ni se vuelve a nombrar. Paloma me escribió esto en el acta de jurados: «Hay acierto en la creación de los personajes caninos, fruto de una profunda observación y conocimiento; pero el relato se limita a la extensa historia de las perras y pierde de vista el relato marco: picnic en el Jardín Botánico. Con lo que el relato marco se hace innecesario y defrauda las expectativas de los lectores. Relato más cercano a la crónica que al cuento literario por carecer de un conflicto propiamente dicho y de la estructura propia del género». Y a mí, otra vez, aunque, con sinceridad, entiendo que el relato pueda estar mal realizado, lo que me sorprende es el argumento de una lectora especializada acerca del cuento. Como la primera escena es un picnic de una pareja humana entonces ella piensa que se defrauda a los lectores si no se sigue de forma explícita y directa ese hilo conductor, como la nueva pareja son un par de perras entonces ella considera que no hay conflicto, sino (supongo) solo un relato descriptivo (¿científico?) acerca del comportamiento canino, será.  Y yo pienso que es extraño que ella critique como un descuido la intención del cuento. Pienso en el título, pienso en la definición de conflicto, pienso, sobre todo, si en la forma de contar no hay suficientes pistas para que (sobre todo una lectora especializada) no lea ese texto como un reportaje, sino como el intento de cuestionar, de explorar algo más acerca de las relaciones amorosas contemporáneas teniendo en cuenta los géneros populares para narrar ese tipo de ficciones. Y pienso, también, que es un juicio muy severo el que yo realizo sobre alguien que, inclusive con su trayectoria y reconocimiento, es una persona como cualquiera y que por cualquier razón en el instante de esa evaluación no consideró elementos distintos de los que menciona. Y pienso, entonces, que, quizá, el problema es el capitalismo, porque ese juicio se realizó porque había un trabajo que hacer, y no, en ese instante al menos, por amor a la complejidad lúdica de la literatura.

Las experiencias personales, en años, son muchas, y, aunque quizá a un lector distraído le parezca, no tengo la intención de hacer una cuenta de cobro infantil. Lo que quiero es hablar de la forma de leer, y de cómo para que la literatura funcione requiere de quien lee tal vez más que lo que exige de quien registra por escrito la ficción. Quiero hablar del valor de los lectores en general para la construcción de nuestra realidad, porque nuestra vida más concreta está llena de imaginarios, sepamos o no. Y quiero hablar de cómo el mercado acaba con el valor real de algo poco valioso en el comercio, como es la literatura honesta.  

Quiero decir que yo también he sido jurado, y que tengo una página personal con muchos comentarios sobre mis lecturas. Estoy seguro de que digo constantemente, sin querer, obviamente, y a pesar de no ganar dinero por eso, un montón de tonterías llenas de ignorancia y falta de atención. Pero esto no es una competencia ni una clasificación ni una jerarquía, es, quizá, una frustración, porque siento que, a veces, ni siquiera las personas que dedicamos la mayor parte de la vida a la literatura nos tomamos esto como debe ser: con la seriedad de una niña o de un niño jugando.


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Comments

Una respuesta a “Lectores, jurados y algoritmo (Antología XI Premio Nacional La Cueva)”

  1. Avatar de
    Anónimo

    Hola me gustaria incluirte en los escritores que publican en Masticadores.com. Si te interesa me puedes enviar un email a fleminglabwork@gmail.com Un saludo cordial Juan Ré Crivello, Director de Masticadores

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