Playa, Roberto Bolaño

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Un adicto a la heroína inicia su rehabilitación. Vuelve a su a pueblo, a una playa, y se dedica a pasar (¿hacer?) el tiempo mientras regresa a sí mismo, a su vida de hombre de 35 años que no tiene nada, pero que empieza a recuperar el valor y la voluntad, de persona que sabe (¿siente?) que aún va a vivir un tiempo más. Ese tiempo en la playa, parecido a un paréntesis (¿de qué?, ¿del tiempo? No. ¿De la vida? No. Ese paréntesis entre el abandono y la recuperación de la conciencia de estar vivo) lo pasa mirando a la poca gente que hay alrededor, sobre todo a un hombre mayor, que se tira a absorber el sol, durante todo el día, casi sin moverse, junto a su pareja de edad similar. A diferencia de la mujer que es su pareja, el hombre al que ve es demasiado flaco, con una delgadez que insinúa fragilidad, que le da la impresión al narrador de que en cualquier momento le puede llegar la muerte; y ahí, mirándolo a él, mirando a los demás, piensa, repasa rápido, la noción del tiempo, tal vez su equivocada brevedad, porque ensaya la posibilidad de que el tiempo no sea como el narrador imagina, y piensa que quizá la muerte de la persona delgada que ve no esté próxima, y piensa que quizá el tiempo (sucesivo, cronológico) no exista como cree el narrador. Entonces ve al hombre mayor, y ve, ya no su proximidad a la muerte, sino la forma en que parece sentir que disfruta cada segundo que pasa. Y entonces el narrador vuelve a sí mismo, un poco más, y se ve como un hombre de treinta y cinco años, que llora en silencio, que no tiene nada, pero que está recobrando la voluntad y el valor, y que sabe que va a vivir un tiempo más.


* Roberto Bolaño, Cuentos Completos (2018, Cuentos Póstumos: El secreto del mal, 1998-2003). Editorial Alfaguara. 647 páginas


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