General
¿En la lengua de quién pueden ser lo mismo la torta y la sopa[1]? En la lengua de quien no es capaz de sentir el sabor de las cosas sino solo su función genérica, y a partir de ahí es capaz de definir un mundo unilateral y solitario. Las narradoras de estos cuentos expresan conflictos de abandono y desamor[2]. Y tienen una fascinación por el lenguaje, no el lenguaje como un ser vivo, sino el lenguaje como una palabra dentro de un campo semántico en el que las asociaciones dentro de ese campo crean una red, y esa red es la telaraña de ese mundo donde el único sujeto con valor de ser vivo es la narradora, todo lo demás es una cosa definida por su función.
Estos cuentos, ligeramente enrarecidos en la forma, por los universos caprichosos que crean, son la fachada de lugares comunes en los que el dolor de corazón y la sensación de engaño en las relaciones de pareja son el tema común. Y cuando el abandono no es de pareja es familiar, o de lugar de origen. Las narradoras de estos cuentos se sienten separadas de los mundos a los que consideran que deberían pertenecer, y entonces, mientras intentan entender esa separación, van creando un mundo propio, alejado de vínculos afectivos íntimos con los demás.
Las reflexiones, las premisas, los desarrollos, las conclusiones, en general todo el discurso que realizan, es caprichoso también, pertenece al mundo de las narradoras, a su propia forma de nombrar los lugares comunes con los que no son capaces de empatizar; lugares que no son capaces de comunicar con efectividad, probablemente por su incapacidad para entender.
No son cuentos difíciles, pero exigen atención, porque sus reglas temporales y espaciales están sometidas a la arbitrariedad de quien emite el discurso. A medida que uno avanza en la lectura los cuentos empeoran en su calidad, y se vuelve cada vez más tedioso seguir el discurso, porque no vale la pena el esfuerzo por entender. Las exploraciones que realizan, en lo temático, son superficiales, terminan en el descubrimiento de esa sensación de abandono, falta de identidad y necesidad de una nueva. En lo formal es rescatable el esfuerzo por la variedad y la singularidad, sin embargo, al final, no son más que un relleno de cartón, la representación somera de las cosas, no su contenido: la divagación arbitraria sobre la palabra ponqué, nunca el acercamiento a su sensación.
Este libro quiere ser un ponqué, un postre lleno de cosas diferentes, pero termina siendo un dibujo nada más, capaz de llamar la atención, desde lejos, porque de cerca es solo una estafa, algo que nadie se quiere comer.
Cuento a cuento
1
«La hija del revisor» es un cuento bonito e irrelevante[3] como un adorno abandonado. Lo que importa del cuento es su forma de la realidad, definida por la mirada de la hija del revisor del tren, que contrasta con la realidad de los adultos. El mundo de la hija del revisor, el que llegamos a conocer, sucede dentro de un tren que tiene una estación llamada Armero. El tren es una medida del tiempo no cronológica sino circular, tiene presente y pasado según la posición posterior o anterior en el vagón, y tiene también una constante repetición. El mundo de la hija del revisor, a diferencia del mundo de los adultos, no está definido por citas por cumplir, ni por ganancias comerciales, sino por funciones dentro de los vagones. Es un mundo que la misma niña se enseñó[4], dentro de su vida ahí. La analogía de esa realidad insólita, explicada (y sobrexplicada[5]) por sus personajes, es la de un sueño «en el que uno entra en un ascensor, oprime el número del piso al que se quiere ir, digamos el quinto, y se pone a mirar la pequeña pantalla que indica los pisos por los que va pasando. Aparece el número 5, luego aparece el 10, que es el último del edificio, y luego salen el 15, el 123, el 280»[6]. Dentro de la realidad de este cuento, entonces, lo que importa no es lo que esperamos, lo que conocemos, sino lo que nos sucede cuando estamos dentro, y esa realidad está administrada por los actos de la hija del revisor, que es la que no deja bajar a sus pasajeros, una vez, y la que les ofrece a suplir sus necesidades, y cumple lo prometido cuando ya las dejan de necesitar.
¿Por qué es bonito? Porque sugiere en vez de explicar, y así crea una realidad inusual, que podemos experimentar. Porque, salvo algunos excesos[7]ˉ[8], usa un lenguaje preciso. ¿Por qué es irrelevante? Porque es un ejercicio de taller (desde la forma y el significado), una exploración literaria con el tiempo y la fantasía, tan popular en Borges (que popularizó la indagación del tiempo metafísico como una forma novedosa de la realidad).
2
«Una hoja escrita a mano» empieza bien. En los dos primeros párrafos una mujer, que espera un bus que va hacia al mar, lee una hoja que alguien le pasó, titulada Teoría de las equivalencias entre lo grande y lo pequeño, donde se afirma que el todo ya está comprendido en la parte (otra exploración popularizada en literatura por Borges), por lo tanto, en cada hombre está contenido el universo. La narradora supone que cuando dice cada hombre dice cada persona, pero no deja de pensar que de alguna forma el texto dice que en cada hombre está contenida cada mujer. Me parece un buen punto de partida para explorar algo sobre el lenguaje, o sobre la realidad. Pero después de esos dos párrafos [que terminan en una analogía en que el mar, al que se dirige la mujer, tiene también una equivalencia con la muerte (lo más grande y lo más pequeño)] el texto se convierte, para mí, en una mala disertación sobre nada. Porque la forma de argumentar desde ese punto de partida se emborrona y las premisas dejan de tener sentido y el desarrollo también. Porque la narradora empieza a dar saltos forzados en el discurso: afirma que la mujer que le pasó la nota hablaba del cuerpo y el corazón, y entonces ella pensó en el dicho hacer de tripas corazón, y como eso es algo que la gente se dice para consolarse, ella recordó que se había quedado sola, piensa que si ella repartiera una hoja como la señora que le repartió esa hoja (que tenía una escarapela con el apellido Zambrano) ella tendría una escarapela que diría sola y repartiría una hoja impresa con un texto que ella no había leído ni iba a leer. Luego piensa que si uno pone las tripas en el lugar del corazón, entonces qué pasa con el vínculo entre corazón, sol y oro, que hacía el texto que le pasaron. Luego recuerda que se siente sola otra vez. Luego sigue relacionando unos significados con otros, de una forma caprichosa, y relaciona al hombre con el mar, a qué parte del hombre corresponde el mar; y así sigue, en una disertación teológica que me hizo sentir leyendo el horóscopo o intentando interpretar las profecías de Nostradamus, porque las premisas parten de los caprichos de la narradora, y sus conclusiones también, y no hay un vínculo lógico en el discurso, es apenas un vínculo semántico, que termina en una argumentación de nada sobre nada. Y más nada.
La narradora tiende a ser grandilocuente, o sea a utilizar un lenguaje vanidoso, que refleja más las ganas de llamar la atención que de comunicar algo, pero en lugar de hacerlo con barroquismos, que es lo usual en ese tipo de excesos, lo hace siendo categórica y desproporcionada, como en este párrafo: «Entendí que esa vida sola era la que existía, y ninguna otra, pero de repente recordé la compañía, la otra vida, y el consuelo se ahogó antes de surgir. La alegría se quedó sin fuerza y no supe cómo aconsejarme. Tan larga y grande era la noticia de mi soledad que pensé que si me envolvía en ella podía tener una idea del infinito[9]»… un poco melodramática y excesiva la forma de decirnos que siente sola y triste porque alguien que la acompañaba ya no está, ¿no? Es una exageración de un lugar cotidiano y común, que, pienso yo, no se hace más efectivo en la exageración, sino involuntariamente chistoso.
3
«Ellos dos» es una narración ligeramente enrarecida de un lugar común. El lugar común es una historia de desamor en el que la narradora se siente remplazada por otra persona. La narración enrarecida se basa en el universo creado: un edificio en el que los dos primeros pisos cumplen la función de granja y están administrados por la narradora, y los tres pisos superiores a la granja cumplen la función de escuela. Igual que en «La hija del revisor», el orden del universo depende de las funciones de sus personajes dentro de ese edificio, o sea que la cronología está determinada por las funciones (en la mañana, al mediodía y en la noche la narradora se encuentra en el ascensor con el profesor, que se dirige a dar clase a otro piso), y también el espacio está determinado por las funciones (en el primer piso se cuidan diversos animales, como gallinas y perros, y en el segundo piso están las ovejas); los pisos están conectados por un tragaluz por el que se puede bajar, unas escaleras por las que se puede subir (más que bajar), y un ascensor que parece servir más para los encuentros que para el desplazamiento; los personajes pueden entrar o salir (aparecer y desaparecer) según si tienen una función (estudiar, asear, enseñar, criar), dentro de la creación de ese universo el conflicto está relacionado, de principio a fin, por una historia de desamor en la que el profesor remplaza a la criadora de animales por la aseadora. Y mientras tanto la narradora, que acoge a la aseadora en primer lugar, sospecha del nuevo personaje (de que robe, de no saber desde cuándo apareció).
Lo que caracteriza, hasta ahora, a los tres cuentos anteriores, es que construyen un universo aislado en el que las reglas dependen, principalmente, de la mirada de la realidad de un solo personaje. En ese sentido es un universo infantil: porque construye una realidad delimitada a partir de un conocimiento reducido y sesgado del mundo, donde lo que importa es la subjetividad de un solo individuo. Es, en últimas, una forma ligeramente enrarecida de nombrar la superficie de unos conflictos relacionados con la sensación de abandono y desamor.
4
«Radio clásica» empieza con la voz de una locutora radial que, según la narradora, se nota que contiene la risa. La narradora quiere saber de qué se ríe, y por eso llama a preguntar. Esa pregunta nunca se responde durante el cuento, salvo por la especulación. Al final del cuento, creo, ni la narradora, ni los otros personajes, ni los lectores, entendemos el chiste. Las reglas de la realidad de este cuento también son subjetivas y dependen de la narradora, pero en esta ocasión no soy capaz de darle una interpretación a esta surrealidad, y no siento que valga la pena el esfuerzo por dárselo, porque no veo ningún indicio, hasta ahora, de que los ejercicios formales de estas narraciones justifiquen la atención. La realidad que proponen es un poco onírica, y, como la mayoría de los sueños que ya no sabemos que alguna vez tuvimos, lo normal es que no importe si los recordamos o no.
5
En «Los ombligos» vuelve el tema de la relación de pareja y el engaño. Se le agrega una venganza sutil. Y tiene una repetición de la metáfora de alguien que tiene problemas del corazón, del dedo del corazón o las tripas corazón, o algo así, en todo caso una metáfora sobre tener el corazón partido, el desamor. La relación es entre el narrador y José F. La relación ya iba mal cuando el narrador abraza por detrás a José F y le dice que lo que más le gusta de él es que tiene el ombligo en el centro y no hacia un lado como todos los otros hombres. José F duda de que haya hombres con ombligos hacia un lado, pero el narrador insiste y lo convence. Horas después el narrador le confiesa que estaba mintiendo. Al otro día José F, cuando va a salir del cuarto, se pone unos zapatos con suelas grandes de madera, y le pisa por accidente el pie al narrador, y le rompe el (dedo) corazón. El cuento se rellena con la interacción de otros desengaños entre la pareja. Su realidad es onírica y subjetiva a partir del narrador, igual que los otros cuentos. Su tema es el mismo de los otros cuentos, también. Entre más se repite, más innecesaria se vuelve esta forma de contar.
6
«Carolina en su funeral» es el monólogo de una narradora (profesora de español y estudiante de inglés aunque ya conozca el idioma) que no es capaz de sentir empatía por otro ser vivo, pero que se celebra a sí misma lo que ella considera sus hallazgos lingüísticos, como decir: 1. «estoy volviendo a aprender inglés[10]», porque es una frase que parece equivocada, y lo es, porque solo está fingiendo que aprende, para cumplir un requisito para conservar la visa; pero a ella le gusta decirlo, porque le parece ingenioso. 2. «a campanadas[11]», porque ella siente que se la inventó, aunque los lectores sepamos que es muy obvio y que la expresión dar la campanada ya existe con un significado similar al que la narradora le da. 3. «es porque estoy cruda[12]» para referirse a que se ve más joven de lo que es. 4. «Llamado en falso[13]» para decir que el teléfono sonó equivocadamente. Esto, esa forma relacionarse con el lenguaje, es lo que la conecta al mundo. De resto está desconectada, tanto así que cuando le avisan de la muerte de alguien tiene que reprimir las ganas de sonreír; tanto así que relata la anécdota de cuando la prima Carolina, para fingir empatía, decide sentir mucho[14] la muerte de un hombre que se ahorcó en un puente peatonal, y entonces se pone a dar detalles del hombre ahorcado mientras come con la narradora y su familia, pero todos reaccionan con la misma frialdad; tanto así que no sabe si se extraña al «no sentir un asomo de sonrisa ni deseos de otra cosa[15]» frente a la noticia de la muerte de su prima más cercana; tanto así que mientras está teniendo sexo en el apartamento de alguien que no le importa pero con el que decide salir para no quedarse «en el apartamento sola con el cuaderno de problemas[16]» ella se pone a imaginar cosas de la apariencia del apartamento de él mientras «Albert Hall se me metía y se me salía mientras yo dejaba que le fuera de cualquier manera dentro de mí y fuera de mí[17]»; tanto así que tiene un cuaderno de problemas que en la primera página dice de título: Semejanzas entre un desconocido y un mendigo[18]; tanto así que la muerte de su prima principal[19] no le trae «algo más que una leve profundización del corazón[20]», y como su única relación es con lenguaje, escribe todo lo que hace el día del aviso de la muerte de su prima, para que su lectura posterior le sirva de tradición. En últimas, supongo, este relato utiliza el aviso de la muerte de Carolina para que la narradora pueda hablar de sí misma, de su soledad, y de su desconexión con las otras personas. En últimas, supongo, es una variación de ese tema recurrente en este libro, que es el abandono y el desamor.
La forma es un monólogo, lleno de divagaciones innecesarias, para expresar una queja, y una personalidad.
7
«Ponqué» es un cuento acerca de construir una nueva identidad a partir de rechazar la anterior. El corazón de la trama es este: un profeta dominicano que sostiene un cartón en Times Square le pasa un libro (con «La historia de José», el hijo de Jacob, del «Génesis») a la narradora que está haciendo un doctorado en literatura en Nueva York. Aunque no nos lo dice directamente, lo que a ella le interesa de esa historia es que José es un advenedizo, o sea alguien que a partir de ser expulsado de un largo linaje termina por liderar un reino, y para hacerlo utiliza su habilidad de interpretar los sueños, como intermediario de Dios. La narradora cambia (en ella misma, porque ella es la elegida, la única, de su propia historia) la interpretación de sueños por la interpretación de los deseos de los demás. Los demás quieren ocuparla, porque ella tiene un rostro bello, dice, como José. Y por eso ella escribe, dice, y ese es el poder que le va a permitir crear un linaje, ya no de hijos en todo el mundo como fantaseaba de niña, sino de gente enamorada de su rostro escrito, supongo yo, de creyentes en la palabra de Sanín (la narradora se llama Miriam Sanín). Luego de que el profeta le entrega ese texto y nosotros (los lectores) entendemos a través de lo que dice cuáles son sus intenciones, suceden muchas cosas más que son, casi todas, relleno de un ponqué de cartón. Por ejemplo, nos habla de la ubicación de la Selva Negra en Alemania, de la similitud entre la sopa y el ponqué, del inventor de los sánduches, de su familia en Bogotá que hace ponqués falsos para mostrar, y ponqués de verdad, que nadie puede ver enteros, para comer. Habla de sus fantasías infantiles mientras se duchaba y quería crear un linaje con incontables hombres en incontables países e incontables matrimonios. Habla de su soledad elegida, de la que la mayoría de las narradoras de este libro se queja con orgullo. Habla de su vocación, y las causas de su vocación, de las palabras y su enunciación y su fascinación con eso, y habla de una relación sexual con un hombre que no le importa pero al que le hace una felación mientras juega a interpretar la carne[21], y luego se traga su semilla[22] e imagina que durante años, por cada centímetro de pene erecto, tiene descendencia con él, hasta que el hombre pierde la erección. Lo que le importa a la narradora, a la que no le importa a qué o a quién se la está chupando[23],es que el personaje tiene apellido Levin[24], que es un apellido judío, y ella tuvo desde niña la fantasía de que Sanín[25] era un apellido judío también. Lo que le importa a la narradora es esa fantasía de una nueva identidad colectiva para ella (en la cual ella sea el centro fundador). Por eso le preocupa la ascendencia y la descendencia, y por eso confunde sus preocupaciones con la vocación de escribir libros que no entiende ni sabe explicar.
Luego la forma mezcla esa trama llena de anécdotas presentes y pasadas con fragmentos del cuento bíblico que la narradora está escribiendo con divagaciones reflexivas y lingüísticas. Y al final resulta este cuento largo e innecesario, con sabor a cartón dibujado, y no a ponqué.
* Ponqué y otros cuentos (2016). Carolina Sanín. Bogotá: Laguna. Primera edición, Norma: 2010
[1] Página 88
[2] 1. Una niña que se enseña sola, lejos de su papá, por horas, dentro de un vagón. 2. Una mujer que recuerda, justo al despertar, que se ha quedado sola. 3. Una mujer que siente que su pareja la remplaza por una aseadora 5. Un hombre al que su pareja le quiebran el dedo del corazón del pie, cuando su relación está por acabar 6. Una mujer desconectada del mundo y su familia y sus relaciones sexuales, que no siente más que una leve profundización del corazón cuando recibe la noticia de la muerte de su prima principal. 7. Una mujer que se queja con orgullo de su soledad, mientras busca una nueva identidad, porque rechaza la anterior.
[3] Desde lo estético y lo significativo
[4] «—Yo misma soy la que me enseña— dijo ella mientras derramaba un poco de agua en una herida que se había hecho en el codo al caer» Página 17.
[5] «Dije que a veces imaginaba un ferrocarril vertical, una escalera hecha con la vía del tren para subir al edificio del que habíamos hablado antes» página 19.
[6] Página 18.
[7] «los ojos negros de la niña brillaban como adornos abandonados y como joyas rescatadas en el pico de una urraca» página 10, ¿según esta frase, ¿cómo brillaban entonces los ojos negros de la niña?, ¿los adornos abandonados brillan, para quién, ¿cómo?, ¿brillan las joyas rescatadas en el pico de una urraca?, ¿o brillan las joyas por ser joyas?, ¿qué tienen que ver las joyas y los adornos con el campo semántico del resto de la narración, con la tensión o la realidad del cuento? Esa analogía, asumo, existe por la vanidad de la narradora, para llamar la atención sobre el uso pirotécnico del lenguaje, pero no aporta nada a lo narrado, ni combina bien.
[8] La sobrexplicación de la analogía del ascensor en comparación con el tren sobre sus rieles. Es algo predecible desde antes de la primera mención.
[9] Página 25.
[10] Página 59.
[11] Página 59.
[12] Página 59.
[13] Página 60.
[14] Página 66.
[15] Página 67.
[16] Página 69.
[17] Página 76.
[18] Página 68.
[19] Página 61.
[20] Página 76.
[21] Página 104.
[22] Página 104.
[23] Página 104.
[24] Página 82.
[25] Página 92.

¿o qué pensas vos?