Ojos de perro azul, Gabriel García Márquez

Ilustración de entrada del blog Paula Carrillo A

En Todos los cuentos

Editorial Literatura Random House

2014 (1947-1955 Ojos de perro azul)

509 págs

De los catorce cuentos que se incluyen en esta edición de Ojos de perro azul nueve están directamente relacionados con la muerte (la inmovilidad, las apariciones o los cadáveres). Los cinco restantes suceden desde lugares estáticos que tienen un detonante que les permite ir a los personajes a una realidad que se parece a la imaginación fantástica. Lo obvio es afirmar que al García Márquez que escribió estos cuentos entre sus 20 y 28 años le obsesionaba la muerte, la muerte después de la muerte, la vida después de la muerte y la inmovilidad en vida; lo que yo creo es que al García Márquez de esos primeros cuentos le obsesionaban los recursos estéticos que permite la literatura. La muerte es solo un catalizador (al igual que la lluvia, la espera o la duplicación) para experimentar y diseccionar las percepciones en una conciencia que no esté limitada por el espacio o el tiempo o los límites del mundo material. García Márquez es un pirotécnico al que no le importa el fuego sino la sensación que puede generar con él, un alquimista al que no le importa la plata ni el oro, sino la posibilidad de transformar la percepción de la realidad, no su sustancia.

A diferencia de gran parte de su literatura posterior, el estilo frondoso de estos relatos no pertenece al embrujo fácil. Son cuentos difíciles de hilar en una historia, a veces innecesariamente encriptada, porque más que los significados lo que importa en ellos es su sonoridad y capacidad de provocar una emoción, ¿por qué «Tubal-Caín forja una estrella» se llama así? Porque suena bien, porque su solo nombre produce una sensación enigmática de inminente revelación que después no es importante desarrollar. Ese es el incentivo para descifrar estos cuentos innecesariamente difíciles de traducir: descubrir la tecnificación del truco, que pertenece más a la magia que al alma.

En «La tercera resignación» se narra la historia de un niño al que le diagnostican la enfermedad de la muerte, y sin embargo se hará con él todo lo posible para que se mantenga con vida, más allá de la muerte, continuaran sus funciones orgánicas y su crecimiento, es simplemente una muerte viva, como afirma el narrador. El cuento es la narración de ese entierro en vida, de la construcción del ataúd donde va a dormir, de la quietud que lo va a acompañar junto a la atención de la mamá que lo medirá a diario con un metro, del olor, y cuando a los 25 años deje de crecer y empiece a descomponerse y nadie sepa que está vivo lo van a enterrar, y entonces vivirá enterrado y volverá surgir de ahí, como un árbol, y será como un renacimiento en el que seguramente muera de resignación, por estar tan acostumbrado a morir. Todo el mecanismo del cuento que se concentra en la muerte está en realidad centrado en el asombro de esa ficción verosímil, de un muerto en vida, y en la descripción sensorial y barroca de ese escenario. No hay una real exploración de la muerte, hay una exploración de la forma de contar, de la forma de romper los límites de la realidad en una narración.

Esa forma de contar se expande en «Eva está dentro de su gato», en el que una mujer bellísima muere y se traslada a un mundo en el que han sido eliminadas todas las dimensiones, y a pesar del gusto sensorial de ser un espíritu todavía recuerda cómo cuando era carnal la torturaba una belleza que provenía de unos insectos diminutos y calientes que con la cercanía de la madrugada, diariamente, se despertaban y recorrían con sus patas movedizas, en una desgarradora aventura subcutánea, ese pedazo de barro frutecido donde se había localizado su belleza anatómica. En algún momento de ser un espíritu Eva siente ganas de comer una naranja, y recuerda que los espíritus pueden reencarnar, entonces elige un gato para hacerlo, pero al buscar el gato se da cuenta de que este ya no está, porque lleva muerta más de tres mil años y la casa que conoció ha desaparecido y ahora está obligada a seguir viviendo en esa angustia. Ese recurso del tiempo, suspendido para Eva, que avanza para el resto del mundo, esa descripción del mundo sin límites físicos, va a ser profundizado en «Tubal- Caín forja una estrella», tercer cuento de esta edición. Este cuento parece el suicidio de un hombre drogado en cocaína que se suicida durante un delirio de persecución en el que escucha las voces del cuarto del lado y otros lugares y las integra en un mismo instante a su pesadilla. Esa trama truculenta es sobre todo la excusa para alargar la narración de ese instante, del suicidio por ahorcamiento, en una conciencia inconexa donde la cronología y la espacialidad se desordenan y de esta forma la separación de las dimensiones de la realidad cobra sentido en un momento de locura, antes de morir. Este cuento es, más que su truculencia, un experimento con el tiempo de la narración.

En «La otra costilla de la muerte» y «Diálogo del espejo» la excusa de la muerte para explorar una dimensión diferente de la realidad se intercambia con la del doble. En «La otra costilla de la muerte» el protagonista tiene un sueño pesadillesco en el que se extrae la cabeza de un forúnculo, de ahí pasa a una vigilia en la que el centro es el drama mental del personaje, que piensa en su hermano gemelo, muerto por un tumor en el vientre; el personaje imagina ese tumor en él, o los efectos de ese tumor en él, y lo lleva hasta el punto de imaginar el cuerpo en descomposición del hermano, e imagina esos efectos en él por una especie de telepatía con efectos físicos que se atribuye a los gemelos, en una creencia popular. Toda esta reflexión acerca de los efectos del hermano muerto en el vivo (o al contrario) termina cuando el que imagina cierra los ojos, para esperar el día siguiente, confirmándonos a los lectores que todo lo que acabamos de presenciar como si fuera cierto era solo una especulación, quizá porque lo que más debe importarnos (a los lectores y al autor) no es que sea real, sino que se haya sentido real, como se intenta hacer mediante una narración explícita en sensaciones que involucran todos los sentidos, y escenas bastante gráficas, como el de un forúnculo del que se extrae un cordón grasiento y amarillo con la ayuda de un alicate. En «Diálogo del espejo» hay una continuación del cuento anterior, pero en este caso el protagonista se mira frente al espejo y comienza a imaginar que el reflejo es su hermano muerto, y piensa, detalle a detalle, la constitución de ese cuerpo propio que ahora se siente extraño porque está constituido por capas sobre capas como un universo de tejidos que albergan mundos menores desde sus yemas hasta los huesos hasta el más diminuto fondo orgánico que lo compone. La descripción sensorial de esa extrañeza es el cuento, la visión del doble en el espejo, que parece tener una vida autónoma, es una excelente excusa.

«Amargura para tres sonámbulos», «Alguien desordena estas rosas» y «Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles» son cuentos que se desarrollan, también, alrededor de un personaje muerto en vida o vivo después de la muerte, los tres cuentos parecen suspender el tiempo a partir de un accidente y narran ese momento eterno entre el suceso que los llevó a estar en el estado en el que están y el intento de encontrarse otra vez con la realidad que conocían. Son una profundización en la exploración estética anterior, en la que se prueban pequeñas variaciones, como el cambio del usual narrador en tercera persona por uno en primera persona del plural (en «Amargura para tres sonámbulos»), que va a ser utilizado posteriormente también en «La noche de los alcaravanes». Son cuentos, los cuatro nombrados, en los que el evento, aunque perturbador, enigmático y asombroso, no importa tanto como la forma en que es contado; Inclusive, en «La noche de los alcaravanes», la anécdota está basada en una creencia popular de la costa atlántica, que dice que los alcaravanes les sacan los ojos a quien imita su canto, la narración es la de tres ciegos cogidos de la mano intentando acostumbrarse a ese nuevo mundo de voces esporádicas y dimensiones desconocidas, en el que deben acostumbrarse a vivir. Se trata, en todo caso, otra vez, de la sensación de la realidad, más que de su significado.

En «De cómo Natanael hace una visita» el recurso del doble y el muerto vivo es modificado por el de la espera. Se trata de un personaje que por un golpe de azar, por un viento cruzado en su vida antes ordenada y simple, ha tomado la decisión de ser seguro y decidido con lo que busca, pero está perdido igual, y lo que hace es anticiparse a un futuro que no existe. Natanael, entonces, emprende una búsqueda, se dirige a donde una mujer que espera, y cuando parece que él no es lo que ella estaba esperando Natanael empieza a esperar a otra mujer. No sabemos por qué espera ninguno de los personajes, pero sabemos que todos han decidido esperar activamente algo que todavía no saben qué es. Este cuento, a diferencia de los demás, aunque se desenvuelve en un mundo sicológicamente extraño, tiene más acciones externas que los demás. De todas formas, al final, parece más un juego estético, en el que esperamos una inminente revelación, que nunca llegamos a saber cuál es.

«Ojos de perro azul» y «La mujer que llegaba a las seis» son cuentos de ingenio, ya no solo en el estilo sino en la trama. En el primero una pareja de soñadores que se ignoran en la vigilia deciden buscarse al despertar con la frase ojos de perro azul, pero al despertar, siempre, solo ella recuerda el sueño, y lo busca por todas partes, sin poderlo encontrar. Nosotros, como lectores, no podemos descifrar qué parte del relato sucede solo en sueños y qué sucede en la realidad. Lo que importa es el ingenio de la anécdota, que sirve para cubrir con una capa onírica y enamoradiza a toda la realidad. También «La mujer que llegaba a las seis» es una historia de ingenio, en el que tampoco podemos saber con certeza qué sucede en la realidad. Lo que sí podemos entender es que una prostituta amiga de un mesero en una barra le anuncia sutilmente un crimen que no sabemos si ya cometió o si está por cometer. Antes de hacerlo ella quiere la complicidad del mesero, que sea capaz de afirmarle a quien le pregunte que a diferencia de todos los días en que ella llegaba a las seis, ese día llegó diez minutos antes, o media hora antes, lo que le sirve a ella (aunque no se lo diga directamente) como una coartada para lo que hizo, o para lo que va a hacer.

Por último, en «Un hombre viene bajo la lluvia» y «Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo» lo que tenemos es la espera y la lluvia como catalizadores que desordenan las dimensiones conocidas de la realidad, como el tiempo y el espacio, que se expanden y se modifican permitiendo recrear un universo conocido que ahora siempre queda cubierto por una ligera capa de nostalgia e irrealidad, que nunca para de llover.

Los cuentos incluidos en esta colección, más que una exploración existencial de algunos fenómenos como la muerte, la parálisis, la duplicación o la espera, son la investigación lúdica, aunque totalmente rigurosa, de la forma de contar, de los efectos que se pueden lograr con la narración; de la posibilidad de producir sensaciones físicas por fuera de la realidad acostumbrada, de tal forma que podamos saborear y oler y palpar las palabras con la misma presencia material de la realidad ordenada en la que nos creemos acostumbrados a existir.  


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