Resumen
Este es un cuento legible y difícil de entender. La trama superficial es clara: el narrador en primera persona va a Irapuato, desde la capital, para distraerse de una ruptura amorosa reciente, allá se encuentra con un amigo dentista que tiene una consulta privada pero dedica un tiempo adicional a realizar trabajo comunitario en el mismo lugar de la consulta privada, en horas no comerciales. El narrador y el dentista se hacen amigos en la universidad, él estudiaba Filosofía y el otro Odontología. Se conocen en un cineclub en el que descubren afinidad por los artistas a quienes admiran, especialmente a Salvador Elizondo, y al pintor Cavernas; la clase media alta de México está condenada a imitar a ese tipo de artistas que a su vez imitan a otros inimitables o a engordar lentamente en el comercio o en la burocracia o a dar palos de ciego en organizaciones vagamente de izquierdas, vagamente caritativas, afirma el narrador. Ese es el perfil de los protagonistas: dos personajes con ambiciones artísticas que intentan escapar de la mediocridad de su clase social.
El desarrollo de la trama es turbulento. Cuando el narrador llega a verse con su amigo dentista para conseguir consuelo por su crisis personal este le cuenta que una mujer indígena acaba de morir en su consulta. En un caso muy poco común para un dentista la mujer ha ido a consulta con un absceso en la encía, sin saber que ahí tenía un tumor desarrollado, es tratada por un practicante que realiza una operación torpe y cuando él llega ya no puede hacer nada para evitar la muerte. El dentista siente culpa y se la comparte a su amigo mientras van a algunos bares de clase media alta. Después, un poco alicorados, el dentista lleva al narrador a una fonda de comidas corridas en los suburbios. Allá el dentista le cuenta una anécdota con Cavernas en la que están en una fiesta y hablan un poco y como hay una mujer joven, más interesada en el dentista, el pintor le propone que la compartan, a lo que el dentista responde que él está más interesado en comprarle un cuadro con cualquier tipo de dedicatoria, la reacción de Cavernas es como su apellido, insulta al dentista y más adelante cuando el dentista vuelve a acercarse a él en una terraza dos hombres lo levantan y lo sacuden en el vacío mientras Cavernas se burla de él. Mientras le cuenta esa anécdota al narrador aparece un adolescente de dieciséis años y saluda al dentista. Se llama José Ramírez, es indígena, pobre y vive en el extrarradio de Irapuato. Al principio el narrador sospecha de la homosexualidad y pedofilia muy oculta de su amigo, pero luego abandona esa idea. Después de comer y hablar un rato los tres, lo llevan hasta un lugar cercano a donde vive, muy alejado del centro de la ciudad.
En los bares en los que están el narrador y el dentista hablan sobre el arte y el artista, sobre la vida particular y la historia del arte, hablan de la obra de Cavernas y la actitud de Cavernas. El narrador intenta argumentar que son cosas separadas, pero el dentista le responde que son lo mismo, que el arte es la única historia particular, que el arte es la matriz de la historia particular, y va más allá y dice que la matriz de la historia particular es la historia secreta: aquella que jamás conoceremos, la que vivimos día a día sin darnos cuenta de que todo tiene importancia.
Al día siguiente de esa salida el narrador se despierta en la casa de su amigo, solo ve a la empleada de la casa, decide ir a recorrer el pueblo, le compra a su amigo un cuadro de Emilio Carranza (paisajista nacido en un baldío de Irapuato) de regalo y por la tarde va a buscarlo a su consulta, allá lo hacen esperar porque al dentista le ha surgido una cita imprevista. En la sala de espera, en el silencio del edificio que pareciera estar vacío dentro de esa tranquilidad, el narrador se desespera, de repente se llena de miedos infundados, se arrepiente de haber ido a Irapuato, se promete volver al DF y encontrar una pareja inteligente, hermosa y práctica, y ante esa sensación de ansiedad creciente decide empezar a buscar a su amigo sin importarle la advertencia de la secretaria ni los consultorios cerrados, lo hace arremetiendo contra las puertas, acelerado, hasta que por fin encuentra a su amigo que en efecto está en una consulta. Más tarde salen y el narrador le dice al dentista que no sabe lo que le pasó, el dentista le responde que él también ha sentido alguna vez eso, en los edificios vacíos, porque uno sabe que en los edificios vacíos siempre hay alguien o algo que se escapa a nuestra mirada y que no hace ruidos.
Esa noche se emborrachan, empiezan por las cantinas del centro, después vuelven al extrarradio, ahí hablan nuevamente de José Ramírez y el dentista le dice al narrador que tiene que conocerlo. Al día siguiente deciden ir a visitarlo, el narrador siente que se visten como padrotes o cazadores, en la noche van a diferentes sitios en los que puede estar: cafeterías ruinosas, la fonda de comidas corridas, cantinas; cuando van de regreso después de esa salida extraña en la que casi no hablan se lo encuentran, entonces lo recogen, hablan con él de literatura, del taller gratuito de poesía en el que está José (porque allá no existe taller gratuito de narrativa) y de los cuentos de José, y se van con él a su casa, una casa muy alejada del pueblo, en un lugar que puede parecer el campo pero también un basurero, según el narrador. José aparece con una resma de papeles de más de cinco centímetros, el narrador sugiere leerlos en un lugar más acogedor pero el dentista lo presiona para que empiecen a leer inmediatamente, lo hacen, y se quedan leyendo los dos, en algún momento aparece el papá de José, los saluda y se va, y siguen leyendo hasta un punto en el que el narrador considera finiquitada su lectura (aunque uno nunca termine de leer, ni de vivir, dice el narrador), entonces salen los dos, José duerme, es el amanecer, regresan a la casa del dentista, ambos se siente felices pero saben, sin decírselo, que no son capaces de pensar ni discernir sobre la naturaleza de lo que acaban de vivir.
Al llegar a la casa, mientras toman whisky, el amigo se levanta un momento y se queda mirando en la sala sus cuadros de Cavernas, el narrador piensa que los va a destruir, pero en cambio los mira, solamente. Luego el narrador se va a dormir, y sueña con la casa de Ramírez erguida en medio del baldío y el basurero y el páramo mexicano, tal como lo había visto en esa noche desmedidamente literaria, dice el narrador, y durante un segundo escaso siente que comprende el misterio del arte, su naturaleza secreta; pero luego vuelve a aparecer en el sueño la indígena muerta por el cáncer en la encía, y olvida todo.
Al levantarse se miran las caras, ven al otro envejecido aunque sean los mismos, el narrador decide ese día estar solo en el pueblo, y el dentista siente alivio. En el cine se duerme y sueña que se suicidan o que obligaban a otros a suicidarse. En la noche se vuelve a encontrar con su amigo, intentan hablar de lo que pasó esa noche y no pueden, cenan con otros conocidos que sienten extraños, la cena es placentera.
Al día siguiente, un sábado, el dentista debe ir a su consulta a trabajar para la cooperativa, el narrador siente que debe pasar junto a su amigo el máximo de horas posible pues no sabe cuánto tiempo va a transcurrir hasta que lo vuelva a ver, durante muchas horas el narrador, el dentista y un practicante de Odontología se quedan esperando a que aparezca un cliente, y no aparece nadie.
Algunas lecturas posibles
1. Mi primera interpretación de este cuento es la de una mirada aburguesada del arte en la que por un breve lapso hay una ruptura, y a través de esa rendija es posible tener una experiencia estética genuina e incomunicable.
Esa es la lectura más literal. La de dos personajes de clase media alta que avanzan en una acera e intentan vagamente bordear la otra. Las aceras son las del centro y la del margen, el DF e Irapuato, la consulta privada y la cooperativa, los bares de clase media alta y las fondas de comidas corridas en los suburbios, el confort del apartamento del dentista y la casa de José Ramírez (que parece estar en algo que puede ser el campo o un basurero, dice el narrador), Cavernas (el reconocido pintor) y Emilio Carranza (desconocido paisajista nacido en un baldío cercano a Irapuato), también José Ramírez es una oposición de Cavernas; los personajes, desde la acera del privilegio, intentan vagamente acercarse a la otra, pero ahí son siempre, inevitablemente, turistas o extranjeros (padrotes o cazadores, como dice el narrador).
Solo por un instante, después de una larga búsqueda, es que, en la casa de José Ramírez, leyendo sus cuentos, el narrador y el dentista alcanzan a rozar eso que llaman el misterio del arte, y la vida secreta, y se van felices después de haber tenido una experiencia que no van a poder nombrar.
2. Pero la primera frase del cuento es «No era Rimbaud, sólo era un niño indio». El relato en primera persona es el de un narrador que recoge esa experiencia pasada, para recordar o comprender. La primera frase, entonces, ocurre mucho después de que todo haya sucedido, y cumple la función de una reflexión final.
La obsesión del dentista, más que del narrador, aparentemente es con el arte, no con la obra ni con la historia del arte sino con el arte ligado también a lo particular que a su vez está ligado a lo secreto, a lo que siempre nos pasa por el lado sin que nos demos cuenta, pensando que no tiene importancia, cuando todo tiene importancia.
La experiencia estética que tienen el narrador y el dentista no está, entonces, directamente relacionada con la calidad de los cuentos de José por sí mismos, sino por la lectura que ellos realizan de esos cuentos en esas circunstancias. El narrador, a pesar de esa lectura que los aísla del tiempo, en ningún momento refiere la calidad de lo leído, habla solo de la sensación de ese momento, en el que está incluida esa lectura. La frase, «no era Rimbaud, sólo era un niño indio», en cambio, tal vez sí indica que la narración que va a realizar no es acerca de la revelación ni el descubrimiento de un genio, sino sobre esa experiencia.
Ahora, si los cuentos de José no son los que producen ese momento sino las circunstancias de esa lectura (si José no es Rimbaud sino solo un niño indígena), entonces el recuerdo del narrador es un poco turbio, pues tiene que ver más con la idealización de la pobreza que con el reconocimiento de lo que es extraño para ellos. Tiene que ver más con el alejamiento entre esas dos aceras que convierten al dentista y al narrador en padrotes o cazadores, como él mismo narra, que con su acercamiento.
3. Las capas y los elementos de este cuento son abundantes, y yo no pretendo agotarlas. Está la mujer mayor e indígena que muere en la consulta y que recordarla siempre trae de vuelta al narrador a la realidad concreta. Están los sueños del narrador con la casa de Ramírez erguida en el baldío, y el otro sueño del suicidio colectivo o de la obligación colectiva al suicidio. Y hay muchas más, pero para darle fin, por ahora, a este comentario (si bien uno nunca termina de leer ni de vivir aunque la muerte sea un hecho cierto) me parece importante prestar atención a la ansiedad que siente el narrador y el dentista ante los lugares aparentemente vacíos, porque nunca estamos solos y siempre hay algo acechando, y esa sensación, dice el dentista, solo se acaba con la muerte.
- Del libro Putas asesinas (marzo 2010, octava edición). Editorial Anagrama. Escrito en 1999-2000 ↩︎
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