Pan y paciencia, Matías Godoy

Editorial Alfaguara

Primera edición 2023

Págs 285

Esta novela sobre la violencia contra las mujeres y menores de edad es acerca de la ficción. La ficción que llamamos realidad y vida real y vías de hecho, y la ficción de la que creemos ser más conscientes también, la que creemos ser capaces de utilizar para darle orden al mundo nuestro y al de los demás; un mundo hecho de palabras que se incendian con facilidad para tomar la forma de la sangre y el fuego.

En el centro de la trama dos personajes principales impulsan el relato: Lorencita (la adolescente muerta) y el obispo de Duitama (convencido de que su función es tejer los hilos narrativos de la sociedad, para pastorearla). La muerte de Lorencita resulta ser la gasolina de una violencia que el obispo de Duitama quiere controlar, y que termina impulsando sin querer. Esa es la trama: el amague de un conflicto armado que siempre busca cómo y de qué prenderse para crecer (y a veces se llama Corneja o fuerzas armadas o diablo o Salazar), y que para eso se vale de la ficción, que es lo único que existe, aunque estemos convencidos de que vivimos en la realidad. Pero más importante que la trama es la teología convertida en teoría literaria, la exploración de esa materia de la que estamos hechos: las palabras y con ellas los discursos y la forma en que estas le dan cuerda y sentido al mundo.

Si entendemos, con el obispo de Duitama, que la realidad es una forma de la ficción, y no al contrario, podemos comprender también que más que los hechos lo que importa es la forma en la que estos se cuentan para crear un significado, una hipótesis de sentido y una credulidad. La forma de esta novela es interesante porque es inusual: empieza con una leyenda y termina en una canción (formas tradicionales y anteriores al relato contemporáneo), y se desarrolla con una narración en tercera persona en una estructura que es casi de novela de crímenes: en la que el detective es un obispo aquijotado (ebrio de literatura) que está más interesado en darle una respuesta satisfactoria (para él) al crimen que en encontrar una verdad. Las palabras elegidas, la forma de nombrar, importan y son inusuales también, gran parte de su lenguaje es más bucólico y estético que pragmático. La disposición de los diálogos y los saltos cronológicos confían en la atención del lector, y en su capacidad de disfrutar (sacar el fruto) de las palabras.

Me gusta la propuesta de esta novela, es arriesgada, intenta decir algo sobre nosotros mismos, sobre el conflicto que nos carcome desde (tal vez) siempre como sociedad, y sobre el peso de la ficción en nuestra realidad (la realidad no es más que una ficción asentada y repetida ¿no?). Me gusta que se arriesga estéticamente en la forma de la narración, y eso es coherente con el relato también. No me gusta la ingenuidad de la que a veces sufre la trama a causa de los personajes, que a veces se convierte en inverosimilitud, en relato telenovelesco tradicional. Sin embargo pienso que la dirección a la que apunta es a la que apunto yo también: la vida es una labor literaria, sepámoslo o no, y no hay «una realidad que no [sea] susceptible de ser alterada con palabras, pues vivir es escribir».


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