Este circo se abstiene de mostrar al baterista, Alejandro Cortés González

Yo no creo que la literatura esté hecha principalmente de historias, sino de cómo se cuentan esas historias, y de qué tienen para nombrar esas historias por debajo de lo que parecen decir. Para entender el cómo, se analizan sus elementos básicos. Cada uno de ellos es parte de la interpretación de sentido del texto y apuntan a un solo lugar, y juntos conforman la experiencia que vamos a vivir al leer. Y eso empieza por la voz.

En «Este circo se abstiene de mostrar al baterista», de Alejandro Cortés González, por ejemplo, la voz en segunda persona parece hablarle a los lectores, pero le habla a Charlie, y le habla de la forma en que amanece, después de haber sentido el aroma del chocolate que le preparó su abuelita, listo para ir al circo o ir a ensayar, porque Charlie es baterista en una banda aficionada de metal, y él está dispuesto a jugarse la vida entera en esa pasión, como si esta no valiera nada o tuviera muchas más. ¿Qué hace particular a esta voz? El tono familiar que le habla de cerquita al lector (por lo íntimo y coloquial), mezclado con la aceleración que casi parece el regaño de un narrador que tiene en la conciencia una tarea por cumplir.

Luego está el ritmo. En este cuento el foco está en un protagonista que hace la percusión en su banda. El ritmo en el texto se puede ver en los signos de puntuación, la extensión de las frases y esa mezcla de frases largas, con cortas, con los silencios y las pausas que van marcando la velocidad. La longitud de las frases en este cuento es mediana. Las frases simples se encadenan por comas en casi todos los casos. O sea una acción a la que se subordina otra y otra más y no se detiene nunca para reflexionar. Lo que impulsa el ritmo es ese deseo del narrador que quiere ser un baterista consagrado y para eso tiene que volver a ensayar. Ese martilleo del bombo es el dos, tres, cua, de la narración.  Es un relato marcado por una aceleración constante de quien persigue a ciegas un sueño, sin llegar a desbocarse, y sin parar para intentar entender. Ese ritmo enrarecido en comparación con una narración común en el que las frases simples son terminadas en puntos seguidos sin cambiar la extensión está ligada al sentido y la estética del cuento. Y comunican tanto como la trama o las imágenes más potentes del relato.

Ahora la estética, esa relación entre forma, sentido y sensación dentro del relato. Que nos debe llevar a hacer de corazón tripas, mientras leemos. O sea a leer con todo el cuerpo. Y que está en la estructura, en el lenguaje, en la imágenes, en las sensaciones físicas y síquicas que el cuento es capaz de evocar.

En este cuento la estética relaciona lo tierno y lo salvaje, lo romántico lo ridículo y lo pragmático. Porque perseguir el imaginario de ser el baterista de un grupo de metal, visto desde afuera, desde la ignorancia, puede parecer algo ingenuo, estridente y oscuro y aterrador; pero desde lo pragmático todo lo que se ve oscuro desde lejos no es más que un disfraz, como el del oso gigante de peluche que aparenta ser real, con el que la gente se toma fotos en los circos. Y este cuento utiliza a la vez la imagen del roquero dispuesto a dar la vida por la música para vivir de gira con el amor, en contraste con el aroma del chocolate caliente de la abuelita al amanecer y la cantada del feliz cumpleaños con toda la banda, para la sobrinita, mientras comen ponqué, en un escenario rosado. Ese contraste que remata con el protagonista tocando la batería escondido detrás de un telón, con el oficio de marcar el ritmo de las emociones dentro de un circo, entre otras imágenes más.

Pero también dentro de esa estética está la estructura, que se desarrolla a partir de escenas. Escenas que se marcan con títulos de momentos de un acto completo de circo, y que contrastan la travesía épica del roquero protagonista que parece terminar en un acto risible. Subtítulos como: «Saludo de bienvenida», «Salen los payasos», «Ilusionistas», «Funambulistas» y los demás no solo hacen las veces de nombre del escenario sino que están relacionados con la escena que cuentan después. En el «Salen los payasos» es la banda de metal la que es obligada a cantar un cumpleaños para la sobrinita en un escenario de globos rosados mientras comen ponqué. En la de los «Ilusionistas» es la banda la que se prepara para dar un gran concierto pero terminan estafados peleando y bañados en cerveza dentro de un asadero cerrado que huele a grasa de cerdo por todos lados. Y así también con las demás. La estética, la estructura, la sensación, está dirigida en todo momento a producir y revelar un sentido oculto del relato, un sentido que no se nombra explícitamente, pero que nosotros como lectores podemos experimentar y reconocer como un develamiento personal, y no como una explicación de algo que de todos modos no se puede explicar.

Y está el significado también. Uno sabe que lo que dice un cuento se ha entendido solo si uno es capaz de escuchar lo que no dicen las frases literales. Solo si uno ha entendido lo que el cuento aparentemente no estaba contando en su capa superficial. Para eso está la trama, el lenguaje otra vez, el campo semántico, las repeticiones, las alusiones, los indicios, y todo eso solo para intentar tocar la realidad del cuento de manera diagonal, esa realidad que es el centro de la historia y que nunca está en el centro sino en el núcleo o el corazón, y que está en todo el texto aunque no lo veamos, como la sangre dentro de la piel.

La trama de este cuento es la de un aspirante a metalero que entrega su vida para perseguir su sueño de vivir de gira con el amor, y eso, que no logra de la manera soñada (en la tarima de un escenario masivo lleno de fanáticos enardecidos), al final lo cumple tocando en un circo, escondido dentro de un telón, marcando con sonido las emociones de los actos que van a realizar mientras tiene una relación amorosa con la motociclista que hace las acrobacias dentro de la esfera metálica de fuego. Ahora, lo más importante, lo que también está en esa trama aunque no se nombre directamente, es la imagen tierna medio ridícula que contrasta la aspiración inicial con el resultado final. Y en esa imagen muchos nos podemos identificar. En lo que terminan nuestros sueños infantiles de ser astronautas o superhéroes, con los astronautas o superhéroes que ahora, de adultos, llegamos a ser. Porque sí nos cumplimos, sin importar que ahora seamos contadores y no supermán; hay algo de ese sueño, seguro, que llevamos a la realidad, y que vivimos como sea que lo podamos vivir. Aunque la gente nos vea como peluches gigantes que imitan tiernamente a un oso salvaje dentro de este circo que es nuestra realidad. Nosotros sabemos cuándo somos supermán, aunque solo nuestra abuelita lo pueda ver.

***

Porque se celebra mucha literatura que no supera la anécdota bien contada, en un contexto oportuno, quise decirme por qué un cuento como este es un buen ejemplo de los elementos mínimos que yo busco dentro un texto literario, para que destaque.

Leí este cuento por primera vez en la antología del X Premio Nacional De Cuento La Cueva, no quedó entre los primeros aunque para mí es el mejor. Se puede leer gratuitamente en Abisinia Review https://www.abisiniareview.com/este-circo-se-abstiene-de-mostrar-al-baterista/.


Descubre más desde Felipe Carrillo Alvear

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Comments

¿o qué pensas vos?