Sofoco, Laura Ortiz

Editorial Laguna

Segunda edición abril 2022

124 págs.

En esta colección de cuentos lo que ahoga a los personajes son los efectos del conflicto armado y un Estado injusto y ausente. Ese es el sofoco. Se le llama guerra de baja intensidad a esa lluvia constante de muertos, donde a la gente la matan y la matan sin que la guerra acabe. Porque la guerra no se trata de nada, solo es un agujero que escupe muertos. En Colombia el foco del conflicto está alejado de los centros urbanos. Los personajes de estos relatos sobreviven con dificultad a la pobreza y al desamparo, eso y la presencia de la muerte marca su existencia en el mundo.

Estos cuentos están construidos a través de esas circunstancias (geográficas, económicas y militares) que enfrentan los personajes y en las que de alguna forma sobreviven, hasta que hacen un descubrimiento que los lleva a una ruptura con su mundo, y a una transformación. El sexo (y en menor medida la música) es un elemento constante, quizá como una oposición a la muerte, una invocación a la vida que intenta reproducirse sin importar la adversidad de los escenarios. Dentro de tanta muerte la guerra, más que una película de acción, es la monotonía y el silencio, algo parecido a la resignación, que alimenta al odio y a la venganza que hace que el ciclo (la herida) de la guerra no se pueda cerrar.

La voz de las diferentes narraciones tiende a ser intensa y estética, llena de analogías potentes, de formas de nombrar poéticas sobre una realidad cruda. Quizá en esa forma de colorear un lugar seco haya un eco de la voz de Juan Rulfo. Los registros y las estructuras son diversos, cada personaje tiene su voz, y cada cuento tiene su forma: hay primera, segunda y tercera persona, hay mujeres mayores, niñas, indígenas, campesinos, palenqueros, rusos y argentinos, una empleada que ha trabajado toda la vida haciendo aseo en la alcaldía, hay toros, vacas, jaguares, y enormes ríos represados, hay muertos y bebés, y todos hablan con una voz singular.

En esta colección solo hay un cuento que no se relaciona directamente con esos escenarios de conflicto: «El último Pibe Valderrama», y en cambio falta uno publicado en Puñalada Trapera II y en la Revista Orsai: «Arrancamuertos». Este último es para mí el mejor de esa compilación, quizá este libro es un camino para llegar allá: en ese cuento la idea de la irracionalidad de la guerra, el agujero escupe muertos que no se sacia nunca y la imposibilidad de escapar al conflicto está también, además de los cambios estéticos y potentes en la voz que resignifican un conflicto que a veces está tan adentro nuestro, como colombianos, que no somos capaces de mirar, como si la guerra fuéramos nosotros mismos. Y eso no es normal.   

***

Para Aíta, la protagonista del primer cuento, hacer la paz con ese mundo en el que vive es preparar muertos, porque los muertos no piden, no están llenos de esa necesidad de plata, favores, atención, venganza o sexo. Los muertos no tienen la culpa. Aíta prepara muertos porque no quiere padecer la podredumbre de los vivos. Y por un tiempo lo logra, trabajando en el cementerio, hasta que alguien perturba esa calma con la vida ruidosa de una bar, entonces Aíta experimenta la vida otra vez, se emborracha de eso, y padece la resaca después.

Para Milena, la niña que narra el segundo relato, la ruptura con ese mundo de terror camuflado en el que vive con su mamá es un bebé jaguar. A ese bebé robado una comunidad de mujeres lo alimenta a las escondidas, con amor y afán de venganza también.  

En el tercer cuento, cuando Kayin (un talentoso percusionista palenquero) se encuentra con Bruno Bahl (un argentino con ascendencia alemana capaz de tocar el saxofón) descubre que no hay para él un lugar cómodo en su pueblo, y decide partir a Buenos Aires, ese lugar insólito para él, a hacer una música llena de sexo, soledad y tal vez amor.

En el cuarto relato, Flower Jair, un indígena que se siente oprimido en su existencia y en su tierra se enfrenta con su vida entera a la hidroeléctrica que represa al río Cauca.

En el quinto, Ricardito (un joven que padece una calentura triste por una mujer llamada Marita) asiste a una bruja para encantar a la mujer que le obsesiona, y termina por experimentar una paradoja temporal en el que la música, el sexo y la nostalgia deforman el tiempo sucesivo de su experiencia personal.

En el sexto cuento Marlenys Martínez, una empleada que ha trabajado por años haciendo el aseo en la Alcaldía ignorando la vida, descubre unas pulsiones que no sabía que tenía al ver en una telenovela rusa a Akaki Akakievich, un actor que la atrae intensamente y que, de una forma indirecta, empieza a dictar su destino.   

En el séptimo cuento un par de niñas descubren la vida oculta de un padre que se comportaba como si siempre prefiriera una cosa distinta a ellas, por ejemplo al admirado Pibe Valderrama, esa revelación accidental se convierte también en la última vez que lo ven.

En el octavo cuento, Jeremías descubre un baúl pequeño escondido en la tierra donde trabaja haciendo labores del campo. En ese baúl encuentra un pasado oculto de sus padres ya enterrados también: una foto de su mamá en el mar, con un padre que nunca conoció, y un mensaje detrás, que lo obliga a aprender a leer. Con mucho esfuerzo, y con ayuda de la gente del pueblo, letra a letra y palabra a palabra descifra el mensaje por fin: Javier, un dos de enero te mataron los paras. Ese hallazgo lo motiva a hacerle un rito de despedida digno a sus papás, con esfuerzo escribe la palabra toro, y al morir se convierte en ese animal estético y musculoso.

En el noveno cuento un narrador de quince años es impulsado por su abuelo (llamado el silencio) en la búsqueda del cuerpo desaparecido de su madre. Al encontrarla, y escuchar por fin el relato de su muerte, ese narrador, el nieto del silencio, se convierte en odio. Y abre otra vez el ciclo de esa herida de la guerra que no se cierra nunca, porque está en su naturaleza ser un entierro sin fin ni finalidad.


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