Editorial Angosta
Primera edición 2020
68 págs.
En estos poemas yo siento el presente, y algo que va a pasar, que está pasando. En estos poemas queda grabado algo que solo se puede guardar en la experiencia. El amor por los hijos, la pareja y el mundo, el asombro por la existencia, el registro auténtico y depurado de esa existencia, para que ese núcleo nombrado persista como era, como es: «…mi hijo dice luenga en vez de lengua. Yo no lo corregí una sola vez. Amaba el sonido de esa palabra extraña como recién nacida».
También, alguno de estos poemas dice que la poesía está antes que la vida. Y yo, que estoy de acuerdo, pienso que la poesía no se puede vivir en bloque entonces, que para hablar de estos poemas hay que vivirlos uno a uno, para acercarse a ese asombro amoroso por un mundo que sucede, que no ha sucedido aún: «como ese astronauta que atraviesa la atmósfera solamente para ver su planeta entero ahí abajo brillando».
Y dentro de ese amar el mundo está también lo que quisiéramos dejar pasar, el contraste, la imagen pesada y agotada de las cosas, el descarte antes del destello ocasional, la enfermedad, la angustia, ese punto medio que nos deforma entre la dulzura y el terror: «Pero, a pesar de eso que es cierto, quisiera, si es posible, me vieras como esa vez bajo la lechuza —visible sobre el techo de nuestra casa—, justo antes de que llegara la noche».
Siento en estos poemas y pienso a veces que se me reordena el mundo «…el sapo no se mueve porque quiere que olvidemos que es un sapo […] y la piel del sapo tiene círculos en relieve como figuras ordenadas “Mamá ya casi olvido que es un sapo” Dice y apaga la linterna».
Pienso en esto, mientras recuerdo que alguna página de este libro dice que la poesía es previa al poema, pienso en esto y en la comprobación escasa y feliz de que la relectura lenta y atenta de estos versos me hace sentir la poesía antes que al poema, también.
¿o qué pensas vos?