Cuentos reunidos, Liliana Heker

Editorial Alfaguara

499 pgs.

Cuentos reunidos 2016 (1ed.), 2021(2ed.)

Leer a Liliana Heker sirve como demostración de que imaginar y vivir no son cosas diferentes. De que la realidad es una rama más de la ficción, y no al contrario. De que los juegos son mecanismos serios y profundos de la realidad, capaces de revelarnos secretos relevantes y precisos de nosotros mismos, de la misma forma que lo haría un diagnóstico médico. Y de que la literatura es una forma de habitar al mundo, y no una cosa más dentro de él.   

El primer bloque de esta colección se llama La fiesta ajena, está integrado por catorce cuentos. Desarrolla varios temas en diferentes registros.  Cuatro de ellos: «La fiesta ajena», «Delicadeza», «Un secreto para vos» y «Los que viven lejos» presentan un conflicto de clase social. Los tres primeros dirigen la lupa al comportamiento discriminatorio y solapado de la clase alta, en una situación que avanza entre la ridiculez y la humillación. El cuarto expone la defensa de una comunidad diminuta, de alrededor de quince personas, en un pueblo muy alejado y pobre, que dentro de todo se sostiene y resiste por la solidaridad frente a ese enemigo común que es la escasez.

«El visitante», «Ahora» y «Las amigas» tienen en común el vuelco en las expectativas que se producen en el lector. Los relatos inician con un juicio contundente de las narradoras o el narrador, pero ese juicio, poco a poco, resulta girando contra ellos mismos.

En «La llave», una mujer con un pensamiento un poco nemotécnico y otro poco supersticioso, se da cuenta de que no encuentra la llave de su casa al volver por la noche, el proceso de recordar y regresar por ella termina en una ideación de cierre de las ficciones que se narra involuntariamente, tal vez de suicidio. En «Los que vieron la zarza» el típico boxeador romántico, aparentemente dispuesto a ofrecer todo su sacrificio y su vida para ser campeón, se revela como un egoísta, cuando descubre que el verdadero motivo de su lucha encarnizada es el vértigo, y no el triunfo, aunque ese vértigo arrastre con él a su propia familia, que tanto lo ha apoyado. Esa sensación es la zarza que arde y no se consume. En «Postergaciones» una mujer descubre, solo por instante epifánico, que la procrastinación es una trampa de su mente, y que la mejor forma de que la vida que en realidad quiere no se le vaya en pequeñas e innecesarias decisiones e incertidumbres, es sabiéndose presente y completamente dispuesta a disfrutar su tiempo actual con intensidad.

«Horchata de chufa» y «La noche del cometa» son cuentos acerca del ensueño de la anticipación, de cómo en esa ficción del que espera, relleno de ilusiones, está el contenido de lo que está esperando; en otras palabras, de cómo esperar con ilusión es más importante que lo que se espera, porque la ilusión es una ficción más valiosa y frágil que el regalo material. En otras palabras, de cómo la realidad es opaca y minúscula sin la ficción. «La noche del cometa», además, es un cuento tierno, intenso y significativo en esa representación.

«Contestador» es un cuento lúdico, que me recuerda al mecanismo fantástico cortazariano; a partir de unos mensajes equivocados en un teléfono contestador (esos arcaicos aparatos) la pareja que recibe los mensajes, de una mujer a un ex, se preocupa e intenta localizar al ex, para reunirlos nuevamente. Pero solo logra iniciar otra cadena de personas preocupadas que imitan los mismos mensajes para lograr unir a la pareja original, sin éxito. Este tipo de cuentos me recuerdan también a muchos de Luis Miguel Rivas.

 «La única vez» es el relato de un narrador atrapado en un matrimonio junto a su hijo, durante sus sueños y meditaciones intenta tomar valor para escapar, al final no sabemos si lo logra o si solo lo soñó y la pesadilla se repite nuevamente. El mecanismo del relato es extraordinario, porque los momentos más intensos se desarrollan en los tiempos muertos (los del sueño, la elucubración, o la espera) y en la vigila repite esa misma pesadilla.

El segundo bloque es un relato largo llamado La muerte de Dios, tiene cinco subdivisiones (primer, segundo y tercer despertar; e Historia de Dios I y II). Es el monólogo de una narradora adolescente (13 años), muy inteligente y apasionada por los placeres de la vida (entre los que se incluye el conocimiento auténtico y no acartonado de las cosas). El relato empieza con una conversación de ella con un Dios mudo, un Dios al que le tiene que hablar de cierta forma para demostrar que respeta su voluntad y que entiende que él no está para hacer trucos, pues es ella la que tiene que merecer las cosas que quiere. Es una relación compleja, que incluye al lenguaje, la moral y la diversidad de religiones; en el lenguaje está la creación [para Mariana, la narradora, las palabras no están en el diccionario, son algo que quieren decir y no algo que dice, entonces, si ella es capaz de nombrar algo con precisión, o es capaz de descubrir qué quiere decir una palabra, crea un nuevo conocimiento que puede habitar]; en la moral y la diversidad de religiones está el comportamiento social: ¿por qué la gente se comporta de cierta forma?, ¿cómo le da sentido a sus actos?, ¿qué está bien o mal?

Ese tipo de reflexiones son las que lleva la narradora en su vida cotidiana, pero no las nombra abstractamente, las conversa con ella misma en relación a su vida inmediata, a sus ganas de que llueva para que no suceda la fiesta de su amiga a la que no la dejan a ir, a su sentimiento de culpa o ganas de disfrutar un plan, a su familia y cómo se comporta, al colegio, a la maestra, a la clase de religión o moral, al descubrimiento de nuevas palabras (panteísmo, epicureísmo, dionisiaco), a sus ganas de quedarse en la casa leyendo y no verse obligada a salir porque afuera hace un día bonito, como le dice su mamá. En esa vida cotidiana está el relato de Dios y la religión: desde la creación en las palabras, el desarrollo en las normas de comportamiento social, hasta su muerte, cuando la narradora hace un descubrimiento: Dios es un invento hermoso, pero es un invento. En otras palabras, hasta que la narradora descubre la ficción con todo su peso en la realidad.

Es un relato extraordinario, lúdico, inteligente, significativo y divertido.

El tercer bloque de esta colección se llama Vida de familia. Está compuesto por catorce cuentos que giran alrededor del mismo tema anunciado en el título, lo que cambia son los núcleos familiares y el conflicto que presenta cada personaje dentro de su ecosistema familiar y su cotidianidad. Los mecanismos y voces narrativas son muy fluidos y atrapantes; los conflictos son diversos y significativos, y sirven para explorar la realidad, para hablar y revelarnos secretos (que podríamos no conocer) sobre nuestras propias vidas, a través de sus personajes.

«Vida de familia» es el título del primer cuento, y narra la historia de un personaje que ha sido arrojado a un mundo familiar que no le pertenece, como si la realidad se hubiese corrido unos cuantos metros hacia un costado. Para sobrellevar esa situación, en que todos lo identifican con unos nombres y unas actitudes con las cuales el personaje no se reconoce, él decide seguir el juego, y asumir el rol, y por un momento sale bien, hasta que intenta buscarse a sí mismo en un resquicio (algo que de verdad sea coherente con su propia imagen, y entonces la realidad se vuelve a mover: ¿Quién no ha sentido que la vida familiar puede ser adaptarse a unos códigos en los que no empatamos del todo, y casi que seguir un rol asignado por otros? Este cuento logra una ficción fantástica para desarrollar ese conflicto universal.

«Berkeley o Mariana del universo» es un cuento extraordinario en el que Lucía (hermana mayor) termina por revelarle una inmensa soledad a su hermana menor (que confía y espera a su madre como si fuera la diosa ordenadora de su mundo), al transmitirle una duda existencial: qué tal si todo, inclusive Lucía y la mamá, son un producto de su imaginación.

«Mujer con gato» es un microcuento genial en el que una protagonista que lo ha perdido todo finge felicidad frente a su gato, para que él no se vaya también, pero el gato, al reconocer el fingimiento de ella, pierde la confianza en su estado mental, y decide partir.

Esos tres cuentos, por su ingenio y profundidad, fueron los más memorables, con los que me sentí mas identificado y descubrí cosas sobre mí.

«Yokasta» es una fantasía edípica de un supuesto bebé enamorado (inocente aunque perturbadoramente) de su mamá, hasta que la fantasía gira esos roles, y se revela algo oculto (que seguirá así) mucho más perturbador. Este cuento explora sicoanalíticamente esos límites del amor paternal y sexual. En «El pequeño tesoro de cada cual» una censora sale frustrada cuando descubre que le han dicho mentiras, pero igual lo deja así. En «Casi un melodrama» una madre toma la valiente decisión de cortar de una vez con una tóxica rutina familiar, y dejar que cada uno asuma su destino. En «Maniobras contra el sueño» una mujer, que viaja de copiloto con un extraño, termina por confesar un maltrato hacia uno de sus hijos, en un momento de catarsis intentando no quedarse dormida ni dejar dormir al conductor. «Antes de la boda» es un cuento que no entendí bien, salvo por ser una exploración de esa expectativa anticipatoria perdida frente a la boda, cuando el sexo es algo normalizado ya.  «Las monedas de Irene» es un relato sobre una injustica social, en el que una hija biológica termina dejando que acusen y castiguen a una empleada de la casa solo por no reconocer su privilegio y su pertenencia a un mismo núcleo familiar. «Trayectoria de un ángel» es un dibujo de la profundidad de la superficialidad de un personaje que actúa y se entrega siempre como si su papel en el mundo fuera solo hacer el bien, y no reconocer nada feo, negativo, oscuro; y por esa razón su pareja la obliga a ensuciarse un poco de realidad, aunque después se arrepiente. «Una mañana para ser feliz» es acerca de una vigilancia melodramática entre tres generaciones directas de mujeres que no se dan cuenta de que repiten las mismas conductas de otra forma, y no dejan que ninguna sea feliz. En «Tarde de circo» un padre acompaña a sus hijos al circo bajo vigilancia de una asistente social, esa experiencia hace que el padre se rebote al sentir que la atracción de circo es él mismo y su propia vida. En «De la voluntad y sus tribulaciones» una mujer mayor intenta encontrarse con ella misma cuando era menor, para descubrir algo sobre sí misma. Para eso decide hospedarse en la casa en la que vivió en su adolescencia, lo que descubre al final es que siempre tuvo una voluntad férrea para labrarse su propio destino, y su destino fue tener esa voluntad, ese es el punto de encuentro entre la que fue y la que es, porque el destino real es una incógnita que siempre está amenazada por los accidentes.

El cuarto bloque, Don Juan de la Casa Blanca, narra el círculo vicioso y autodestructivo de una pareja en la que él sigue al alcohol y ella lo sigue a él. Es un ciclo que empieza con el arrepentimiento por la noche pasada, continúa con el rechazo y la revelación contra la adicción, y termina con un derrumbamiento exponencial hacia la borrachera, en el que los dos (él siguiendo al alcohol y ella siguiéndolo a él) se engañan una y otra vez para repetir los mismos errores.

El quinto bloque, Arte poética, es una colección de catorce cuentos. La mayoría de ellos presentan una mirada diferente del impulso, el acto, o el ejercicio de la creación artística. En «La zarzamora», «Retrato de un genio» y «Los juegos» está el impulso, pues los narradores (un traductor en el primero, una adolescente en el segundo, una niña en el tercero) coinciden en que una vez les entra alguna idea o algún sonido o vibración particular les cuesta mucho no desarrollarla en la imaginación hasta las últimas consecuencias, hasta agotarla o agotarse ahí. La vida y la imaginación, para estos personajes, no son caminos separados, sino una sola forma de habitar el mundo, intensamente, con un hambre insaciable de conocer, explorar y experimentar a través de esa forma de la realidad que es la ficción.

Dentro del impulso, pero desde la dirección opuesta, está el final. «Giro en el aire» parece una despedida. En él, la narradora, después de toda una vida habitada por esa sensación de tener un volcán dentro de ella, capaz de crear un objeto cargado de sentido de cada ráfaga de locura o soledad, después de haber vivido bajo esa certeza, se siente, en una edad avanzada, vaciada, en blanco, y aprovecha el rito de despedida después de la muerte de su pareja sentimental para despedirse definitivamente. Ese acto, la despedida, lo organiza, y decide morir imitando la caída de un pájaro, con esa sensación de volar. Una vez hechos los preparativos, se sienta a escribir la escueta carta de aclaración para los seres queridos, y es entonces que vuelve a sentir el volcán.

«El principio» es sobre el primer recuerdo, en este caso una pequeña infamia infantil, un gesto falso para ganarse el agrado de los adultos y disimular el egoísmo y fastidio frente a una prima; pero es el primero, y es una infamia. Así empieza. Otros cuentos de esta colección que también exploran algún momento del acto creativo son: «Georgina Requeni o la elegida» es la persecución de la gloria por parte de la narradora desde la infancia, una gloria esquiva, una gloria que, al final, quizá resulta no ser el objetivo, sino solo la persecución. «El verdadero sabor de los caquis», acerca de una narradora que se emociona con la idea de la consolidación de las cosas, saber que un sabor, por ejemplo, tiene un momento en que deja de estar intervenido por cosas externas y resulta siendo por fin el sabor consolidado en ella. «De lo real» es el esfuerzo de un narrador que es conocido como un cuentista por su amplio conocimiento de los cuentos, y entonces quiere escribir, pero no lo hace porque siempre está esperando a que le ocurra algo, pero en su vida, al menos durante los últimos cinco años en que ha tomado la decisión de escribir nunca ocurre nada. Al final, cuando toma la decisión cumplir su meta y escribir algo aunque no tenga nada qué decir descubre (¿o inventa?) que durante los últimos cinco años había estado ocurriendo de todo; ¿qué es lo real, entonces?: ¿lo que se nos escapa?, ¿lo que ficcionamos?, ¿lo que somos capaces de mirar en determinado momento? «La música de los domingos» es acerca de la nostalgia y la pasión, en él, unos nietos preparan el escenario dentro del barrio para que su abuelo vuelva a sentir lo que hace muchos años sintió, y durante el proceso la emoción toma tanto vuelo que se vuelve real para todos.

«El concurso» y «Con medallas, con goulash, con un atenuado clamor de alas», son cuentos que se refieren más al ejercicio, a participar en eventos, a realizar cosas que parecen alternas al genuino impulso de ficcionar. Y que a veces se desarrollan en medio de una atmósfera de irrealidad.

El sexto bloque, La crueldad de la vida, es un relato extenso y arrollador. En él se utiliza el mismo recurso del flujo de conciencia (narrado por Mariana) que ya se había utilizado en otros cuentos. El relato, que inicia un poco desordenado en ese flujo en el que se introduce también a Perla (la mamá) como personaje activo, y a la voz de Lucía (la hermana mayor), toma forma completa unas páginas después cuando sabemos que lo que persigue en ese recuento (y despedida) Mariana es a la mamá, de ochenta y seis años, que está extraviada (de las hijas y de ella misma), y por eso la buscan en una inspección de policía.

En esa búsqueda se desarrollan más los datos sueltos y a los personajes del ecosistema familiar ya tratado en otros: Perla, Lucía, y El Rubio (esposo de Perla, muerto hace más de cuarenta años). Durante la narración se les da una segunda oportunidad a los personajes, ya definidos por la voz de Mariana en otros cuentos: y ahora ellos se defienden y muestran otra versión de las cosas, y eso hace que la semilla anterior florezca, mucho más frondosa, aquí.

El encuentro de la madre extraviada, sin embargo, es tan doloroso como su pérdida. Porque las hijas, llenas de miedo, deciden llevar a ese ser mágico, incontenible y especial que es el mito de su madre, a un lugar llamado Refugio de la Dicha. Es una adiós doloroso porque se siente a la vez la vitalidad, la vejez y el dolor de tener que despedirse de algo (esa figura materna) que parecía arquetípico e inmortal.

Es otro texto más de Liliana Heker, intenso, profundo y genial, en el que la ficción se muestra como la verdad profunda que es, la exploración de la vida, y tal vez desarrolla así nuestra forma más original de conocer el mundo.


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