Puñalada trapera II, antología de cuento colombiano

Editorial Rey Naranjo

Primera edición 2022

299 p.

Me gusta más el cuento que la novela. Me gusta la poesía que hay en los cuentos, y los ensayos que hay en los cuentos. Me gusta su estética y su intensidad. Me parecen más honestos y potentes para comunicar. Tal vez las voces demoradas de las novelas embriaguen más, pero los cuentos alumbran mejor. Salvo porque en comparación con la novela, comercialmente, el cuento es menos popular, esto no debería importar. Para la muestra veintidós botones: una antología colombiana de cuento contemporáneo con veintidós voces, miradas y preocupaciones diferentes: Puñalada trapera II. Pero hablar de los veintidós sería una novela, entonces comentaré brevemente los cinco que me emocionaron y me hirieron más:

20. «Arrancamuertos», de Laura Ortiz Gómez: yo amo la literatura pero rara vez me estremece como al leer este cuento extraordinario que es hondo e intenso y estético y significativo y que habla de los muertos y las víctimas del conflicto armado con una profundidad que excava tan profundo que termina desenterrándolos para dejarlos vivos en nuestra memoria, de la que quizá nunca, tristemente, deberían salir.  Cómo decir que este texto, desde el tema, al lenguaje, la estética, los recursos, el significado, conflicto y la intensidad lo tiene todo y que aun así ahonda más. Cómo decir que aquí está vivo lo que más amo de la literatura, la voz revivida de las ficciones de Juan Rulfo, por ejemplo, pero también la intensidad estética y significativa de la ficción como una forma de profundizar y descubrir el mundo (también el que no queremos ver); como una forma sincera y primigenia de ahondar el universo, y no quedarnos tranquilos con lo que la tierra cubrió.

8. «Trocito de pescado», de Danielle Navarro Bohórquez: en este cuento el trocito de pescado se llama John, con la h después de la o, con la correspondencia histórica de origen semítico que le pertenece, o tal vez se llama Yhoni, no sé. John es un hombre anfibio, sabe moverse solapadamente en diferentes territorios. A Yésica, la otra protagonista y la nueva mejor amiga de John (aprovechemos que no hay ningún interés entre nosotros, dice él), le gusta el pescado, aunque le cae mal, ¿pero sí le gusta el pescado a Yésica? No sé, tal vez no, lo vomita al final. En ese juego de lenguaje y malestar de tripas está el cuento. Es divertido, pero es oscuro, con una oscuridad ambigua y sutil, como tantas veces sucede en la vida real: hay ahí una denuncia también. De este cuento me gusta mucho el lenguaje humorístico, irónico, contemporáneo y cercano; la estructura elaborada de la narración que cambia los narradores y los tiempos, sin avisar y sin que uno se pierda; los diálogos que no solo dialogan entre ellos mismos sino con la narración y con uno también, que aparecen para hacer rupturas en el relato y señalarnos algo, sin dejar de fluir; y el simbolismo y el significado, donde está la parte más honda, que a veces, por ser tan entretenida la narración, uno puede no notar.

3. «Scarpetti», de Sergio de la Pava, traducido por Orlando Echeverri Benedetti: en un oficio que quizá podría hacer una máquina, Scarpetti demuestra una maestría inexplicable que termina por darle trascendencia a un trabajo intrascendente. Tanto que se vuelve famoso, pero con la misma velocidad con la que asciende, desciende. Su trabajo es extraordinario dicen primero, pero tal vez no es indispensable, pero tal vez no se justifica, dicen después. Este cuento me gustó mucho. Al principio es formal en estructura y lenguaje y me pareció inclusive que iba a ser un policiaco clásico, pero después se vuelve una profundización humorística acerca del significado de algo insignificante. Ahí hay un comentario sobre el quehacer literario y sobre el ejercicio de comentar, también. Pero sobre todo hay un comentario oculto sobre el sentido de la vida y la sociedad: ¿por qué hacemos lo que hacemos?, ¿por qué le damos valor? Este cuento me recordó a otro de Bolaño llamado «El policía de las ratas», que a su vez está basado en «Josefina la cantora o el pueblo de las ratas», de Kafka. Los tres textos comparten esa inquietud acerca del funcionamiento social y el valor de ciertas acciones que la necesidad de ese funcionamiento esconde: lo pragmático y lo estético a veces se opone. De este cuento me gustaron también el lenguaje y las imágenes: la bola de nieve que se derrite tan rápido que tal vez no existió, la redondez sin puntas del personaje protagonista, el humor.

16. «Beautiful Butter», de Andrea Mejía: este es un cuento lindo acerca dos personajes desiguales en edad y origen que se vuelven uno en los sueños. El proceso para construir esa unión es la lenta rutina que se colma con la necesidad instintiva de llenar una ausencia (A Rosa, la empleada, le falta un hijo; a Inés, la niña, le falta una figura maternal). Me gustó mucho el lenguaje tranquilo y sencillo pero lleno de detalles y gestos poéticos. Y la estructura, que construye mansamente la intimidad y la necesidad entre ellas dos.

17. «El niño», Rubén Orozco: este microcuento me dio ganas de ser niño cuando sea grande, porque explora y reflexiona desde muy hondo en la mirada del niño, acerca de ese universo elástico que apenas empieza a formar estructuras rígidas, pero que por ahora es solo lo ilimitado y lo mejor: jugar alto y volar en serio otra vez.

Esos cinco fueron los que más me gustaron, pero yo me los leí todos y todos los comenté, aquí están:

22. «El dolor que puede ser expresado no es el verdadero dolor», Alexandra Espinosa: lo que más me gusta es que cuenta una historia debajo de una reflexión, y eso es una forma menos común de contar que la tradicional; el relato es una reflexión de una mujer deprimida a causa del absurdo de esta vida, más aún en la contemporaneidad, en que las facilidades casi milagrosas del desarrollo y la tecnología no nos sirven para resolver nuestras insatisfacciones profundas. Un absurdo que cuestiona por qué la vida sigue cuando hace rato dejó de andar, por qué esta corriente de las cosas nos arrastra a un vacío disfrazado de una felicidad que no existe. Por qué. Para hacerlo utiliza ejemplos banales como los de las revistas y la televisión, como las de esos comerciales que rellenan sin descanso los espacios y que nunca nos van a llenar de verdad.

21. «La siesta de los obreros», Juan José Ferro: unos obreros construyen un edificio altísimo para gente rica, para hacerlo arriesgan sus vidas porque sus jefes son corruptos y ambiciosos, hasta ahí una frustrante normalidad. Dos de ellos se hacen amigos. Cada uno, a su forma, busca escapes de su oficio y sueña con terminar el trabajo de una vez por todas. Hay un abismo diferente para cada uno en las alternativas que encuentran; cuando la historia y el trabajo termina uno de ellos siente que flota, al menos por instante, como al dormir. Me gustó la construcción escalonada de esta historia y su intimidad, y también el remate predecible al final.

19. «Ronco: 12 de agosto de 2003», Santiago Wills: en este cuento (los lectores) somos algo raro: un jaguar doméstico, apegado a una voz humana que nos sirve de guía, aunque nuestros instintos quieran irse a lo profundo de la selva y dejarse llevar por el impulso del apareamiento salvaje, al final no sé si el acto termina, o se interrumpe por el sonido del timbre de la voz humana. Eso fue lo que entendí, una exploración todavía inconclusa de ese universo del jaguar.

18. «La casa de la selva», Julianne Pachico: este cuento crece en universo raro. Parece que el único personaje humano es una mujer joven, Lena, y los demás personajes son casas, la casa madre, la de la selva, la de la ciudad, la del espacio. La relación entre Lena y las casas es conflictiva y adolescente, es un intento de adaptarse a un ecosistema familiar donde cada uno tiene un reclamo y una función diferente. Es un texto raro y largo que a veces me parece más una introducción a un universo fantástico que un cuento terminado, pero tal vez no lo leí bien.

15. «El infinito en una cita», Pablo Concha: tal vez este cuento sea acerca del sexo casual como una experiencia vacía que no debe confundirse con la nada. Es una historia que primero parece una fantasía pornográfica y luego se convierte en una película de terror. A mí el resultado me parece chistoso, porque las dos experiencias se me vuelven igual de inverosímiles. Tal vez tiene razón el título y ese sea uno de los infinitos posibles de algo que parece placentero al inicio pero se convierte en otra cosa cuando no acaba ni llena nada, después.

14. «Luz artificial», Catalina Navas: en este cuento la protagonista es una adolescente que quiere algo pero encuentra otra cosa tal vez más asombrosa sin querer. Quizá esa sea la metáfora de la luz artificial, la de no seguir la corriente, para, por fin, con susto y asombro, poder ver la luz.

13. «Aire salino», Santiago Gallego: este es un comentario acerca del autor de La conjura de los necios, John Kennedy Toole. El protagonista de esta historia busca ese mismo destino, pero hoy aquí, en Honda, Colombia; en el camino repite las ideas pesimistas y anacrónicas de Ignatius que a mí me hacían verlo como a un extraño Quijote, y las mezcla con la vida del profesor de literatura que no pudo publicar en vida. Me gusta el título y la tropicalización, me gusta la atmósfera y el recuerdo de ese personaje que tanto me gustó en la novela, y que tanto ha influido en la literatura.

12. «El frente de batalla, primera línea de fuego», Andrea Rocha:  este cuento me pareció estéticamente raro: tiene una estructura que mezcla la crónica de una ficción con el diálogo de una ficción entre una pareja. El cuento intenta reconstruir una memoria familiar atravesada por las convicciones y la derrota de las utopías políticas que se confunden (en la convicción y la derrota) con el amor. El estilo se desarrolla entre lo enigmático y lo aforístico. Es un texto que no estoy seguro de haber entendido.

11. «Ni siquiera un pedazo de cuero», Juan Nicolás Donoso: en este cuento corto el narrador evoca un recuerdo de infancia; y el niño es también nosotros, los lectores. A ese niño el padre lo lleva, sin avisarle, a revivir o enterrar un recuerdo, y nosotros (los lectores) vamos también en ese carro; que se abre a unas flores duras con semillas adentro y a la imagen, nacida del horizonte, de unas cordilleras; pero nada de esto importa tanto en el paisaje como los rieles, los rieles antiguos del tren que son los que llevan el recuerdo del padre y del niño, con una energía que suena incalculable, hasta el final en que tal vez, de esa imagen, no queda ni un pedazo de cuero. Es un cuento corto y rápido que comienza inocente y claro y, si lo entendí bien, termina oscuro.

10. «No ocurre nada», Megan Valeska Melo: el centro de esta narración se llama Lucas, es tío de la narradora, jefe de Sebastián, mejor amigo de Camila, además de tener una relación algo distante con la mamá. Lucas es el responsable de una repostería y es respetado y querido por todos por algo en su actitud que no es postizo, sino orgánico. Lucas, además, está hospitalizado a causa de un atraco que su mamá sospecha pudo ser un intento de dejarse morir. En el relato no sucede nada significativo que no sea especulación y el recuento de una constelación afectiva alrededor de él. Está el atraco o el intento de suicidio, la insinuación de una relación íntima entre Sebastián y él y entre Lucía (narradora) y Sebastián y entre Camila y él. El cuento es un mundo alrededor de Lucas que amenaza con romperse por unas mínimas grietas, que no crecen lo suficiente para darles nombre. Es un cuento largo que mantiene la tensión en esas insinuaciones. No creo que el no ocurre nada del título sea una confesión, sino la invitación a ver algo más allá, con atención, algo que yo no pude nombrar, ni reconocer.

9. «Desnudo otoño», Paul Britto: un hombre contemporáneo que trabaja en una carnicería descubre por accidente una conexión íntima y placentera con su nueva actividad de samurái. El narrador es el primo de este hombre, que observa y critica con asombro esa transformación absurda e inverosímil. Sin embargo la obsesión con esa disciplina del antiguo Japón crece en vez de evaporarse. El cuento es entretenido, es corto, está muy bien escrito, realiza las rupturas de ese mundo samurái a este mudo contemporáneo occidental con diferentes tajos filosos, que abren una cicatriz que después no se puede cerrar: cada nueva herida (que primero es un estoque, después una katana, después un haiku…) crece y se abre como en un cuento fantástico contemporáneo, hasta derramar todo ese mundo en este, donde nos asumimos impermeables a esa realidad. Me gustó el cuento, me entretuvo, aunque tal vez le reclamo a la herida otro poco más de profundidad.

7. «Luz de mediodía», Kirvin Larios: Un hombre espía a una mujer en un gimnasio detrás de un vidrio polarizado. El cuento es la narración detallada y reflexiva de ese acto. En el vidrio polarizado la mujer se mira a sí misma y el narrador mira a la mujer. Por fuera del vidrio está la luz, blanca, enorme, que parece no tener fin. En este cuento me funciona muy bien el lenguaje y la tensión, la profundidad de la mirada, pero al final (culpa mía) no entiendo bien qué quiere decir.

6. «Ver de cerca», Juliana Javierre: en este cuento corto Margot descubre algo, que estaba escondido dentro de un sobre, y lo abre, nosotros la podemos ver, y aunque la narración no nos dice exactamente qué es podemos asumirlo, sabemos que tiene que ver con Germán, su pareja con la que vive hace años, sabemos que es suficiente para que ella decida irse, porque ya no se puede quedar ahí intentando mantener las cosas en su supuesto lugar; tiene que irse, y ser por fin esa otra que todavía no conoce. El final me desconcierta un poco, y me deja pensando si en ese ver de cerca que es el cuento no fui capaz de ver lo que pasaba bien, si todavía no me doy cuenta.

5. «Necesidades satisfechas», Esteban Duperly: la protagonista de esta historia se llama María Luisa Marín Defriez, no María, no Luisa, no María Luisa, María Luisa Marín Defriez, o máximo Maríndefriez. Es una heredera de clase alta que nunca ha trabajado en realidad, pero hace y vende arte y con lo que gana decide remodelar su estudio, para que se vea mejor y le entre luz. Para esa labor llama a un amigo igual de pretencioso, que delega la tarea en otro arquitecto, que va con dos trabajadores a hacer la remodelación, uno de esos trabajadores es la luz que Defriez no sabía que esperaba (se llama Ángel, qué chistoso), y cuando ella lo ve de cerca cambia. Me gusta del cuento el humor y la construcción detallada (de gran observador) que se hace de María Luisa; y el lenguaje capaz de revelar mucho con muy poco (gestos, pocas palabras o imágenes) como una foto. La estructura es tradicional, el relato avanza cronológicamente sin grandes giros (no es que los necesite). Lo único que no me gustó (puede ser que solo a mí) fue lo largo: el relato, el conflicto y la trama me parecieron más cortos que la extensión del cuento, es lo que quiero decir.

4. «Memoria del cuerpo», Marcela Villegas: Ana María, la narradora y protagonista está en Nueva York, deprimida, huyendo de algo que aprendemos lentamente. Algo que tiene que ver con la ausencia de una cosa que quizá alguna vez se tuvo: la salud, la familia, la juventud, el cuerpo, la riqueza, la energía y la movilidad. No solo Ana María, la mayoría de los personajes que habitan este cuento son una parte que buscan o al menos se acercan como pueden a la parte que les falta («Nueva York está llena de gente rota», dice la narración, también tiene un fragmento en el que se refiere específicamente a la memoria del cuerpo, el título del libro, y que habla acerca de sentir la presencia de esa parte que se tuvo y ahora falta). De eso se trata este cuento. El estilo es clásico, el lenguaje es cercano y tradicional, no tiene rupturas ni entonaciones expresivas evidentes. Es un cuento clásico que en su estructura se construye a partir de datos que se desperdigan espaciada y lentamente, para que los lectores reconstruyamos despacio el pasado de esa narradora, que busca la presencia de esa parte que le falta y que ya no puede tener.

2. «El lento e imperceptible retiro de las aguas», Lina María Parra: Afra, una jueza promiscua acechada por la muerte desde niña, prepara su huida del pueblo. La sangre ajena la persigue, y ella intenta huir. Me gustó este cuento. Me gusta el simbolismo del animal de monte que es la muerte en diferentes formas, me gusta el significado. Me gusta la potencia de las imágenes, la crónica, el lenguaje, el título. El relato es transparente y no deja nada suelto. La estética, la forma, es de cuento tradicional; la temática, en este país pobre y violento, también. Hace muchísimos años, cuando estudiaba derecho, esa definición de aluvión se repetía mucho en las clases, porque era rara una descripción poética en una disciplina tan directa y formal. Me gusta la potencia de esa imagen de muerte y culpa, que se revela con el retiro de las aguas, de una forma que ya no es lenta, ni imperceptible, para la protagonista.

1. «Solo tú eres puro», Fredy Ordoñez: dentro de algo que parece ser una oficina o una cabina, y antes de terminar un último correo, unas personas tocan el vidrio del narrador para que se dirija con los demás hacia una frontera, a causa del desastre incierto que acaba de suceder. La travesía es extraña y accidentada, no avanza por un camino racional, a veces, como en la paradoja de Zenón, no avanza en lo absoluto. El narrador camina, se arrastra, vuelve a caminar, escucha gente, la ignora, el desastre cambia, a veces es un temblor, a veces un terremoto, a veces una bola de fuego enorme que surca el cielo. El grupo evacua no sé de qué ni sé hacia dónde, para ellos, para uno, se trata solo de avanzar, el viaje no tiene mucho sentido. Está escrito en un solo párrafo largo en bloque, en un lenguaje más cercano a lo formal que a lo cotidiano. No fui capaz de descifrar su código, no entendí bien de qué se trataba el cuento. Supongo que el viaje sin sentido es la vida, supongo que la exploración y la huida es lo único que podemos hacer. Pero cualquier intento de interpretación me parece rebuscado. Simplemente no lo entendí. Es el cuento que abre la antología.


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