Editorial Alfaguara
Primera edición junio 2021
230p.
Juan Diego Mejía crea ficciones contra la desesperanza. Ficciones que caminan al borde de un precipicio pero que no se dejan caer, gracias a una ilusión. Adiós, pero conmigo es una despedida de una época que transcurre entre la juventud y la adultez. Durante ese periodo el precipicio es el miedo frente a la soledad (no tener con quién compartir la vida) y a descubrir que no se tiene un lugar en el mundo (no ser capaz de hacer parte, de pertenecer). La ilusión es el presente universitario de un grupo de estudiantes de matemáticas que buscan motivos en la investigación, la amistad y el amor para ser capaces de resistir en un mundo hostil. La novela tiene esos símbolos aún más concretos: el precipicio es un matemático suicida llamado Évariste Galois, que se mató a las veinte años, porque no tenía con quién compartir su mundo. La ilusión es el grupo universitario (entre los que destaca Ernesto por brillante) con el que (casi involuntariamente) buscan protegerse a ellos mismos y al idealismo (matemático) como una forma de resistir.
La historia se sostiene en la atmósfera de la época (los ochenta) y los lugares principales (la Nacho y la UdeA). El narrador en primera persona (J.D., como Salinger) relata la experiencia de ese tránsito y esa incertidumbre que es buscar confusamente una identidad para enfrentar el mundo por fuera del refugio de una institución, de esos ciclos que parecen repetirse para todos. Durante el relato hay varios contrastes entre el presente concreto del grupo de jóvenes universitarios y el mundo más abstracto de la matemáticas que se expresa en el lenguaje. En los teoremas y los matemáticos suicidas, por ejemplo. El estilo para llevar esa historia llena de símbolos y eventos dramáticos es el de la levedad (como postuló Italo Calvino). Un estilo que evita la pesadez del lenguaje y que destaca por una inmensa sensibilidad en los detalles cotidianos, quizá lo que Calvino llamó delicadeza del alma.
Mi sensación al terminar esta lectura es que es una novela honesta, intensa y significativa. Honesta porque siento que me habla a mí y no a un grupo de personas atrapadas en las circunstancias de la actualidad que aparecen en las revistas y los noticieros. Porque siento que, aunque esté ubicada en décadas pasadas, cuando el narrador me habla del miedo a la soledad y a no tener un lugar en el mundo me está hablando a mí de mi vida real, aunque me hable de la de él hace muchos años. Intensa porque está hecha de personajes que sienten como personas que en verdad conocí, que la novela me presentó con sus vidas y sus preocupaciones y sus giros y sus maneras únicas de hablar. Significativa porque el tema hondo y memorable está latente desde la primera página, y porque no termina hasta que no cierra (al menos temporalmente) la cicatriz.
Nota aparte: me gustó mucho la resignificación de esa frase popular que dice «todo esto eran mangas» por la voz de Franco en la que dice «todo esto eran fincas». Porque ese paisaje ideal imaginario de unos terrenos vacíos que se fueron llenado de migrantes que venían de los pueblos a la ciudad es transformado por la imagen de unos terratenientes que se fueron enriqueciendo al vender sus tierras para adquirir otras. Y quizá eso sea más fiel a una realidad que a veces se parece más a una repartición de feudos, que a una ciudad equitativa.
¿o qué pensas vos?