Editorial Atarraya
153 pags
El velo que cubre la piedra es una colección de ensayos (y un poema) que tienen en común la geología, la poesía, la belleza de la naturaleza, el amor por el conocimiento y la precisión del lenguaje. Es una compilación de experiencias ya depuradas por los velos de la existencia y la reflexión. El autor es Ignacio Piedrahita (qué risa la piedra en el apellido), el fotógrafo es Carlos Felipe Ramírez. De entrada me impresiona la belleza del lenguaje y de una mirada que intenta profundizar con honestidad algunas prácticas cotidianas, como la toma de yagé, la apreciación por la mata de coca o la obsesión con la dificultad y la belleza del oro, por ejemplo.
Las piedras están en todas partes. Son nuestro suelo y nuestro espacio exterior, un producto de belleza y de explotación, también. Son un montón de cosas que me impresiona no haber mirado desde hace muchos años como si fueran una memoria de nuestro paso (de nuestro piso) por el mundo. Yo creo que estos ensayos (más que la enumeración anterior) tienen en común esa mirada, capaz de develarme otro mundo que no había visto y que siempre había estado ahí. Para mí es un ejercicio de divulgación (tal vez involuntario) sobre geología y poesía, o geología poética, o poética geológica, que me da ganas de ser geólogo; como el Cosmos de Carl Sagan me produjo antes ganas de ser astrónomo. Tal vez la pepita viene toda de una misma raíz. Tal vez cuando esa pepita florece se vuelve poesía. «Acaso está muy dispuesta la roca a mostrarse, a que penetren en ella los sentidos. No hay disección en esta exploración, pues una nueva superficie es la misma superficie de la piedra, no sus órganos internos ni aquello que le da vida. La roca es afuera y adentro y en todas las direcciones…».
No hay velos entonces, la piedra está en todas partes, hay que aprenderla a mirar.
El ensayo que más me gustó fue «Muerte en la calle». Es la historia de un árbol hermoso y enorme que estaba en medio del Crepes & Waffles de Laureles, que fue apuñalado superficialmente porque durante un par de semanas sus hojas podían producir un mal olor. Ese anillado (corte superficial) se les hace a varios árboles de Medellín para que no circulen los nutrientes necesarios a sus flores, y para que no huelan así. Pero ese corte es una forma de matar a los árboles también. Que sobreviven apenas unos años después de la incisión. A mí el ensayo me parece una metáfora potente (no sé si voluntaria) sobre cierta pretensión estética de esta ciudad. Hay cosas que podemos creer que huelen mal, hasta que conocemos sus causas, entonces tienen otro olor.
¿o qué pensas vos?