Los que se alejan de Omelas, Ursula K. Le Guin

La felicidad es un lugar extraño. Existe pero para verla hay que cerrar los ojos. Aceptar la ficción. Cerrar los oídos y taparse todo el cuerpo. No ver no pensar no recordar no sentir no darse cuenta (por favor) de nada. Ese es el problema.

De eso se trata Los que se alejan de Omelas (1973), de Úrsula K. Le Guin. En el cuento la narradora realiza dos descripciones: la de un paisaje idílico en la que habita una población entera con sus turistas, y la de una tortura espantosa que sufre un solo habitante de ese pueblo. Los dos escenarios se necesitan, no pueden existir sin el otro.

El desarrollo del cuento no me gusta, pero lo que plantea me parece terriblemente cierto y triste ¿cómo ser feliz frente al sufrimiento del otro?

La culpa, no ser feliz, no soluciona nada tampoco. Lo empeora. «Dichosos los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria» afirma Borges en sus Fragmentos de un evangelio apócrifo. Borges intenta borrarnos la culpa enseñada por los evangelios católicos, porque es un sentimiento mayoritariamente perjudicial e inútil. «Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos», insiste.

En el cuento de Le Guin algunos de los habitantes de Omelas parecen comprender esto. La felicidad está ahí, pero no es cierta. No a ese costo. Esos habitantes son los que se alejan de Omelas, se van solos, al oeste o al norte, nadie sabe a dónde, pero el lugar a donde van es aún menos imaginable que la felicidad.


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