El cine era mejor que la vida, Juan Diego Mejía

Editorial Alfaguara 2018 (Primera edición Colcultura 1997)

155 p.

En el primer párrafo del capítulo Uno de esta novela estamos en el cine. Estamos el narrador (un adulto que recuerda al niño de 8 años que fue), Mejía (su padre) y nosotros los lectores. Vemos El gran escape, Mejía simula estar con el niño narrador, lo distrae con esa ida a cine mientras él mismo piensa tal vez en otra fantasía llamada Evalú, para escapar de la realidad seca junto con él.

El resto de la novela es una catarsis y una expiación desarrollada alrededor del significado de esa imagen. En esa escena vemos explícito el contraste entre esa ficción (que ahora es el cine pero luego puede ser el fútbol una mujer fantástica o cualquier otra cosa que haga volar) y la realidad de los adultos (la presión social del trabajo, la familia, la obligación aplastante de la responsabilidad). La ficción es una válvula de escape, la realidad es una olla a presión.

La aventura la viven en paralelo el narrador y el padre de ese narrador. Los dos parecen niños y adultos intentando vencer a la realidad. Es una mirada tierna y compasiva frente a la imagen de un padre que le suma el alcohol a las ficciones con las que intenta escapar de ese mundo adulto, ese vicio que lo patea y a veces parece que no lo va a dejar levantar otra vez.

Ahí están los dos temas principales: el contraste de la ficción contra la realidad, y la expiación de la figura familiar. Porque alrededor del niño narrador y el padre está Laura (la madre) y también el abuelo Juan, y las tías, los empleados del local, los amigos del barrio, el primo, todos esos personajes que hacen que esa historia íntima se convierta en una reconstrucción de la vida en esa época en la ciudad. Están las ambiciones características. Los personajes tradicionales. Los contrastes. Los anhelos y las tensiones. Están las calles, los barrios, la atmósfera, el olor. Está la reconstrucción de la vida; pero la ficción era mejor, pero el cine era mejor, escapar era mejor. 

No quiero usar un superlativo común para describir el estilo. Voy a decir solo que es muy efectivo porque es sencillo y preciso pero repleto de estética y emotividad desde el principio (la escena del cine) al fin (la expiación mediante esa fantasía final). Porque logra recrear la voz de un niño y un adulto, y mezclarlas en su forma más sincera y lúdica. Porque está llena de imágenes y analogías para navegar una realidad que sería más dolorosa sino fuera por esa evasión. Porque no evade la vida íntima ni la expresión emotiva de esa intimidad. Porque no cae en el lugar común ni en la cursilería ante un tema y un estilo que invitan a hacerlo.

Qué difícil darle la apariencia de simple y directo a un relato que está lleno de elaboración emotiva y estética.

En lo más subjetivo y personal puedo decir que esta novela me gusta entre otras cosas por lo demoledora que es esa narración triste, tierna y estética. Julio Cortázar afirmó alguna vez que las novelas ganan por asaltos y los cuentos por nocaut. A mí está novela me gana por nocaut durante sus 155 páginas. Por debajo de la ilusión y por encima del peso de la realidad aquí también hay para mí una pregunta acerca del fracaso en este contexto social en el que todavía estamos obligados a vivir.


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