Edición: Autores antioqueños.
Primera edición completa, Medellín, 1986
Este libro de cuentos está lleno de narradores y personajes que esperan. Que tal vez ya están derrotados, pero no se rinden, que se aferran a cualquier esperanza (un negocio, un recuerdo, una persona que está por pasar) para no dejarse ir. Tal vez esa sea la sobrevivencia a la que se refiere el título, la de no dejarse vencer por la derrota inevitable. La de persistir en una ilusión.
Dos cuentos me conmovieron mucho más que los otros: Tierra ajenas, y E.A el intruso.
Tierras ajenas es una reivindicación de la memoria familiar. Me gusta porque logra el efecto reivindicativo y enternecedor. Porque en el inicio me recuerda un poema de Borges en el que ofrece la memoria del abuelo [«Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los fantasmas que los vivos han honrado con bronce: al padre de mi padre que murió en la frontera de Buenos Aires con dos balas que atravesaron sus pulmones, barbado y muerto»]. En este cuento el narrador tiene una costumbre familiar de ir a un monasterio abandonando donde un ancestro, coronel de una guerra lejana, se salvó de morir. Tiene un hermano menor que ha sido maltratado por tener una discapacidad cognitiva, pero ahora, por fin, le ha llegado el turno también de ir a esa tierra lejana a ese hermano menor. El mayor entonces lo acompaña durante toda la travesía. Al final del cuento, entre la ilusión y la realidad, ese hermano menor se hace grande y decide no regresar. Toda la experiencia de la lectura para mí fue muy intensa, desde la rabia por el maltrato a ese hermano a la empatía con la necesidad de recuperar ese símbolo, esa memoria familiar, no tanto por el lugar, sino por lo que pesa para el narrador y su hermano menor. Porque esa memoria y no el lugar, al final del relato, es la tierra lejana que van a conservar.
E.A el intruso me gusta porque tiene una trama muy ingeniosa. El narrador, como casi todos los personajes en este libro, está pendiente de una ayuda o un éxito que lo salve de sus problemas económicos. En esa espera recibe por error la llamada de un excompañero del colegio del que nunca fue amigo porque, entre otras cosas, hacía parte de un círculo económico y social al que no quería ni sentía que pudiese pertenecer. La llamada, a pesar de la confusión, se le vuelve una preocupación que no resuelve, y al final del relato termina metido sin querer en ese círculo, a través de un pacto que él nunca hizo y que solo al final va a comprender.
Luego hay otro grupo de cuentos en los que se ven los personajes y las escenas que se van a desarrollar más a fondo en la novela El cine era mejor que la vida. Esos temas para mí, más que el esbozo del libro posterior, refuerzan una preocupación temática recurrente: la de los personajes que se aferran a cualquier ilusión disponible para sobrevivir. Ilusiones que a veces se relacionan más con el mundo de los sueños infantiles que con las estructuras formales de la adultez. En este grupo de cuentos están Un capitán para otro barco, Jinetes en cumpleaños, Domingo, El brindis y Enero no es siempre el comienzo.
En Un capitán para otro barco está la historia de un padre ilusionado con un éxito comercial que le dé estabilidad a su vida y a la de su familia, para ello se embarca en la aventura de un local en Guayaquil. Por un tiempo las cosas funcionan, inclusive encuentra una tripulación: trabajadores que se convierten en una familia y en compañeros de aventura. Eventualmente la presión, la satisfacción y las costumbres lo llevan alcohol, a ausentarse de sus responsabilidades con el negocio y con su familia. Al final ese padre se va, a otro barco, a otra aventura.
Esa historia central se refuerza desde diferentes perspectivas (la esposa, el niño, la pareja, los demás) en Jinetes en cumpleaños, en el que un padre hace lo que puede para conseguir un regalo para su hijo a pesar de las dificultades. En Domingo, en el que una madre lleva a su a hijo a buscar a su padre ausente y por lo tanto más imaginado que cierto. Me gusta que se llame Domingo, porque ese es el día en que los católicos van a misa a reunirse con su padre imaginario, no sé si esa es la intención del título, pero en mi interpretación eso le da más capas al significado. En El brindis es la mujer la que se va de pueblo en pueblo, en busca de un hombre que recuerda y que en algún momento logra encontrar casi por error. A esa pareja la une el escape también en el alcohol, pero al final, aunque lleguen a estar en el mismo lugar, no se encuentran. En Enero no siempre es el comienzo está la mirada del hombre que se va solo para poder volver mejor, el mismo que busca en un negocio un éxito que le permita no tener que irse más, y que guarda todo el tiempo ese recuerdo nostálgico del lugar donde quisiera estar, el lugar de su pasado y su afectos.
Sé que en un análisis acerca de la obra de Juan Diego Mejía, realizado por Hernando Escobar Vera, se califica su estética como débil. Aunque no he leído ese texto todavía, sí me doy cuenta de que, al menos en este libro, no hay un juicio ni una imposición de la realidad por parte del narrador a sus personajes. Los narradores de Sobrevivientes no condenan ni premian las acciones que relatan, sino que las desarrollan desde su perspectiva particular del mundo, de cada uno de los mundos de los personajes, y eso enriquece su historia global, porque, aunque sea más incómodo de aceptar, la realidad (que somos incapaces de ver totalmente) está siempre llena de matices y ambigüedades. En resumen, todos, o casi todos, tienen una historia que los justifica.
Los cinco cuentos restantes del libro comparten la temática de la gente que espera algo y se aferra a algo para permanecer. Sobrevivir es esperar, en estos cuentos.
En Monólogo para sobrevivir la narradora se agarra a la venta de lotes fúnebres, a pesar de las burlas y los maltratos que sufre a diario. Lo hace quizá para esquivar esa necesidad de irse (a conocer el mar, ese eufemismo) que le dio a su papá ya con «la cabeza blanca, parecida a una fresa madura como gorro de algodón».
En Esperando a Agustín el narrador yace en la tierra mientras espera que alguien pase y lo salve. Tal vez Agustín. Mientras tanto cuenta por qué está ahí. Hay cuentos de este tipo en este libro que, por lo rural y la ausencia paternal, me recuerdan a los de Juan Rulfo.
En Esa noche enterré al miedo una persona espera a su enemigo, que tiene nombre propio, que viene a quitarle las tierras que no le pertenecen, y mientras lo espera se llena de miedo, y al final es ese miedo, no su enemigo, el que termina por enceguecerlo y quitarle algo que era de él.
En Huéspedes de invierno la narradora (Basilia) también espera. Toda la vida. Espera a que su amor se materialice, que su vida sea otra, y mientras lo hace termina criando unos hijos que no son de ella, recibiendo visitas por años de gente que no viene a buscarla a ella. Termina viviendo una vida de otros, hasta que se convierte, al final, cuando se acaba la esperanza, en la vida propia. Este texto, a diferencia de los otros que se basan (en el estilo) más en los diálogos y en un ritmo preciso y concreto, es similar a algunos textos de García Márquez. La narración parte de una imagen, una escena que se alarga, cargada de estética visual, de frases continúas y subordinadas que desarrollan esa escena a partir de analepsis, hasta que llegan al final de la narración, con el final de una vida.
En La guardia dura un grupo de personas mayores se la pasa esperando reunida frente a unos vagones que simbolizan su lucha pasada, la que no han abandonado. Y eso de que no la han abandonado lo demuestran cuando por fin se les presenta la oportunidad, cuando sospechan de la posibilidad de que se lleven esos vagones, esas memorias, ese símbolo. Es entonces cuando hacen algo, y se reivindican, y triunfan. De los muchos personajes de estos cuentos estos son de los pocos que logran materializar en algo positivo su ilusión. Los demás parecen derrotados que no se resignan porque no saben que están derrotados, porque solo lo sospechan.
En este libro de cuentos hay un estilo definido y unitario. Se caracteriza porque deja hablar a sus personajes, no los presiona ni los empuja. Un personaje, sea el narrador u otro, cuando empieza a hablar, es fácil que recurra a los diálogos, porque todos ellos tienen una voz propia, una perspectiva particular del mundo. No hay una imposición del narrador sobre ellos para darle sentido a los textos. Las historias parece que se desenvuelven por ellos y no por una idea preconcebida. Eso me gusta mucho. La estrategia y el estilo está hecho por esa suma de voces, que desarrollan un suceso cotidiano, paso a paso, hasta que termina. Lo que une a esas voces es que cada una de ellas, derrotada o triunfadora, conserva una esperanza que intenta llevar a buen puerto, y que cada una tiene una historia que la justifica, que se intenta explicar desde adentro de cada uno de ellos.
¿o qué pensas vos?