Libro: Obras completas I
Editorial: Emecé
Tercera reimpresión en Colombia, 2008
Este cuento hace parte de un libro publicado inicialmente en 1944, llamado Ficciones. Se subdivide en dos partes: El jardín de senderos que se bifurcan (1941) y Artificios (1944). El Examen de la obra de Herbert Quain es el quinto cuento de la primera parte.
Muchos cuentos de Borges están llenos de referencias y autorreferencias literarias (imaginarias y reales) que se ramifican y se repiten como si fueran otro más de sus cuentos y otro más de sus personajes. Para sentir que puedo interpretar un cuento de él de forma honesta me hace falta una erudición que sospecho que ni dedicándole la vida entera sería capaz adquirir, no yo. Tendría que ser otro, ramificarme y repetirme, vivir varias vidas como si fueran la misma y conservar la memoria de muchas de ellas, ser un simulacro que repite otro simulacro hasta que se vuelve ese ser real y erudito que sí es capaz de relacionar esas referencias con mayor precisión. Desde ahí parto a comentar este cuento otra vez, entonces, desde mi ignorancia.
Este cuento es una reseña que el narrador le realiza a la obra de Herbert Quain, y a través de esa reseña podemos ver sus intenciones literarias, sus conceptos de literatura. La búsqueda literaria de Quain es más por la forma estética novedosa que por la sustancia auténtica. Quain prefiere el asombro formal al argumento consistente y elaborado, Quain quiere modificar el panorama de expectativas del lector para retarlo, para que el lector se vea obligado a interactuar con el texto y a intervenir en lo que lee. Sobre todo Quain no quiere que el lector vaya a su texto a comprobar lo que ya sabe, para Quain, lo superficial es el argumento, y lo profundo es la forma.
Para señalarnos esto el narrador realiza una reseña sobre la obra de Quain, esa es la estrategia del cuento: una falsa reseña, en la cual no hay acciones ni escenas dramáticas, casi no hay argumento, en la cual el género de cuento también se ve cuestionado. El narrador nos muestra entonces cómo Quain en cada uno de sus libros ingresa variantes formales, donde lo que más importa es la forma experimental. Solo en una oportunidad, a causa de una mala interpretación de la sustancia de sus textos que realiza un crítico, uno de sus libros obtiene reconocimiento, y esto fastidia a Quain, que redobla su estrategia y en su siguiente publicación establece argumentos verosímiles que después entorpece para generar la sensación de frustración en sus lectores.
Tres cosas me llaman la atención principalmente de este texto: la crítica a los lectores (su necesidad prevalente sobre quien escribe), la defensa de la literatura como una necesidad de asombro formal, la relación de la literatura con un juego («la simetría, las leyes arbitrarias, el tedio»). Una parte de este texto me recuerda, por ejemplo, la apuesta de Rayuela, en la que el autor recurre a ramificaciones a veces intrascendentes con tal de apoyar un argumento relacionado con la forma del texto, y no con la intención sola de defender un argumento.
Leyendo comentarios sobre este cuento, para ver si lo entendía, me encontré con uno de Daniel Ferreira, en el que dice que extrañamente había olvidado del todo este texto, pero que al releerlo redescubrió que este había sido la inspiración para una de sus novelas de adolescencia. Una de esas provocaciones formales de Quain le habían servido para convertir una insinuación en un texto completo. Me sorprendí porque yo tengo las mismas intenciones, me gustaría hacer una novela con una de las estructuras formales que propone Quain, como un juego, pero agregarle la sustancia. Ferreira termina su comentario diciendo que este cuento es un argumento en busca de un escritor, yo solo le modificaría algo a esto: Quain es un lector en busca de un escritor, pero Quain es un lector porque lo prefiere, para él los escritores son prescindibles.
¿o qué pensas vos?