Niebla en la yarda
Estefanía Carvajal
Angosta Editores, 2017
221 páginas
La yarda, que es una unidad de longitud en el sistema de medida utilizado en Estados Unidos, es también el nombre que se le da al patio en las cárceles norteamericanas. Este libro contiene tres reportajes detallados que despejan mucho de lo que no vemos los que no hemos estado en una cárcel. Es algo más, la humanización de algunos prisioneros, a los que nos acostumbramos a juzgar aunque vivamos rodeados de ellos en Colombia. Es también una narración cinematográfica, detallada y reflexiva sobre tres personas condenadas a la extradición. Es muchas otras cosas, como la crítica contra la persecución al narcotráfico, y algún juicio sobre qué es ser libre y qué ser preso, sobre cuál es nuestra moral y por qué es tan doble, sobre la diferencia, y sobre la injusticia y la ley. Este libro sobre todo es un trabajo periodístico profundo en el que una joven periodista logra mostrar y demostrar tres historias lejanas que se viven de cerquita, en la piel propia, mientras se lee.
El primer reportaje se enfoca en Asdrúbal: cartagenero, de ciento veintitrés kilogramos, condenado dos veces por el mismo delito, muy trabajador, con cuatro hijos. El relato empieza con su captura en la casa. Luego narra el viaje retorcido por varias cárceles mientras enfrenta varios procesos, que empiezan debido a la captura de Glenis, una mujer que él mandó a ingresar con alrededor de once kilos de una flor de amapola utilizada para hacer heroína. El cargamento inicial era de veinticinco kilos, los otros quince también fueron interceptados.
Asdrúval trabajó desde muy joven en varios oficios, empezando por la mensajería cuando tenía veinte años, luego fue ascendiendo y encontrando otros, hasta que le ofrecieron administrar la discoteca Pipeline, donde, después de un tiempo, conoció a alguien que le ofreció dinero para guardar una mercancía. El dinero fue tanto y tan fácil que convenció a Asdrúbal de que ese era el camino, y lo empezó a recorrer, y a ascender en el riesgo y la gravedad.
Asdrúval fue condenado primero por la justicia colombiana. Allá lo enviaron a la cárcel Modelo. Además de las condiciones particulares de una cárcel, del negocio ilegal que es, de los problemas de la convivencia y la intensificación del racismo y el clasismo, Asdrúbal descubrió las reglas no escritas. Los más odiados en la cárcel son los violadores (los violos), dentro de los patios hay algunos presos, considerados jefes, que son los que solucionan los problemas de convivencia. Sus propios mandamientos para sobrevivir fueron: 1. No consumir sustancias que alteren el sistema nervioso 2. No jugar con el dinero ajeno. 3. No cometer adulterio con personas del mismo sexo.
Obedeciéndolas logró evitar malentendidos con los presos mientras creaba unas condiciones soportables dentro del encierro.
De la Modelo, por pedido de extradición, fue trasladado a Cómbita. Allá conoció y se hizo amigo de algunos extraditables con los que se reencontraría más tarde. De Cómbita partió, desde Catam, para Fort Lauderdale-Miami, allá esperó en el Federal Detention Center. De allá pasó a Coleman. Durante todo ese traslado de una cárcel a otra iba descubriendo la vida y las reglas internas de una prisión, algunas tenían condiciones más duras que otras, pero a grandes rasgos todas tenían un patrón común, unos jefes, un sistema económico interno y algunos presos con los que podía compartir.
Lo interesante durante todos estos relatos son los detalles, las pequeñas cosas día a día que hacen la vida de un preso, la forma de humanizarlos al contar de ese modo tan cercano la historia, y los descubrimientos de pequeñas cosas como los horarios, la forma de hacer los tatuajes, los trabajos, el comercio, las condiciones, los presos y los vigilantes y los protocolos de lugar en lugar. Las pocas horas de sol, el sueño, la familia lejos, todo eso.
Algo particular en la historia de Asdrúbal es la experiencia de la cárcel privada norteamericana. Al ser administrada como negocio se convierte en algo diferente. La autoridad dentro de esta prisión es mucho más de los prisioneros que en cualquier otra. El trato a los presos es más inhumano que el que le da un servidor público, ya que ahora son más mercancía que personas pagando una pena. La calidad de las instalaciones, la comida, la ropa, todo lo que pueda ser de peor calidad para ahorrar dinero lo va a ser. Lo que importa ahora es el negocio, y no se puede desperdiciar un dólar. Al protagonista de esta historia le correspondió esta experiencia de la cárcel privada en el Reeves County Detention.
Luego de pagar la extradición, o sea la segunda condena por un mismo delito (acto que va en contravía de los principios del derecho penal y de la constitución) Asdrúbal es deportado a Colombia, donde espera encontrar la libertad, sin embargo justo al llegar, en la confirmación de identidad con los oficiales del DAS, le surge un delito todavía vigente, y es obligado a pagar más pena aún, ahora en Colombia.
La historia después de tantos años en las cárceles ya no es la misma. Ahora es un poco más fácil, y Asdrúbal a pesar de la frustración se adapta. Junto a su abogado interpone tutelas y recursos para lograr acelerar su libertad o cambiar de prisión por una más cercana a la familia. Lastimosamente uno de sus recursos le es concedido en el peor momento. Asdrúbal había encontrado la forma de disminuir la pena mientras recibía 72 horas cada mes por haber cumplido las tres cuartas partes. En la cárcel donde estaba, cada día trabajado le reducía uno, pero con la nueva ubicación iba a perder ese beneficio.
El final de este relato es conmovedor, después de todo este peregrinaje tortuoso y kafkiano por fin se empieza a ver el final del encierro. Asdrúbal solo quiere ver a sus hijos profesionales, y pasar la página. A pesar de todo la vida sigue.
El segundo prisionero se llama Javier. Hacer el reportaje de varios de ellos desautomatiza la generalización: cada preso es una persona diferente. Por obvio que suene, tendemos a ignorar esto cuando nos dictamos un prejuicio nuevo.
Javier Marulanda tenía cuarenta años y estaba saliendo con una punkera de dieciocho cuando lo capturaron. Él estaba usándola a ella como intermediaria en una venta de cocaína. Javier, que creció en una familia de terratenientes lleno de privilegios decidió rápidamente que había muchas cosas en las que no creía del sistema, una de ellas era la persecución del tráfico de estupefacientes por motivos políticos.
La punkera se llamaba Cristina Hicks, y tenía relaciones sexuales frecuentes con Javier. En el trámite de intermediación fue capturada por agentes de la DEA y le fueron decomisados como prueba diez kilos de cocaína. Pero eran once. Ella había escondido uno en el apartamento.
En esta permanente justificación del crimen asegurando que la incorrecta es la sociedad y no él, Javier convirtió una pena que debía ser inicialmente de tres años dentro de una cárcel de mediana seguridad en una condena de veintitrés en más de cinco cárceles de la máxima. Lo hizo como en una mala película, primero intentando fugarse por el cielorraso antes de que lo enviaran a la cárcel, después con un helicóptero, y luego intentando fugarse de cualquier forma otra y otra vez.
Entre un intento de fuga y otro Marulanda pasó por el Miami Correctional Center, por el Maricopa County Jail, Federal Correctional Institution, United States Penitentiary y la Coleman Federal Correctional Complex.
La peor experiencia la vivió con Joseph Arpaio, un exmilitar que eligieron como nuevo comandante de la policía en 1992 y se autoproclamó como el «alguacil más implacable de los Estados Unidos». Arpaio cambió la alimentación, pasaron de una bandeja con sopa y seco y alguna proteína al mismo sánduche pequeño para el desayuno, almuerzo y comida. Cambió la ropa por el traje a rayas blanco con negro, y calzoncillos y medias color rosa. Quitó todos los televisores y libros. Arpaio es lo que se conoce como un redneck y de todos los que perseguió con los que más se encarnizó fue con los latinos. A todos los presos los mantenía en un régimen estricto para que no dejaran de sentir nunca que eran la escoria de la sociedad.
Durante su cautiverio se interesó por la escritura. Escribió poemas de los que no se siente orgulloso, y cartas. Lo hizo hasta que supo que su mamá, a la que con más frecuencia escribía, sentía esas cartas como una imposición y no un alivio pues ya no tenía nada más qué contarle.
Mientras estaba en la cárcel se murió su papá, y aunque esperaba salir para ver a su mamá ella también se murió, un mes antes de su libertad. La mamá de Javier, al igual que su familia eran personas muy queridas en la sociedad donde vivían. En ella se inspiró en 2012 Andrés Burgos, cineasta colombiano, para la película Sofía y el terco, en la que Sofía se escapa de su marido para ver el mar.
Al regresar a la Aldea, urbanización campestre de lujo construida por su familia en Pereira, en el avión que habría de traerlo de regreso a Colombia, Javier pensaba que todo, el kilo de coca, el helicóptero, los juicios, las apelaciones, las tres sentencias y los últimos treinta años de su vida, en los que el gobierno de Estados Unidos se gastó un montón de dinero, no habían sido más que una farsa, y que Estados Unidos no era el país de la libertad que otros creían que era.
El tercer relato es sobre el Lince. Conocido así por sus ojos azules de gato persa. Tenía la piel blanca y el pelo amarillo. Algo gordo. Fue capturado por complicidad en el intento de envío de un cargamento de más de dos mil kilos de cocaína y fue enviado a la Picota, al ERON, un pabellón a donde van los delincuentes imputados por narcotráfico, y que a diferencia de los otros pabellones de esa misma cárcel es lo opuesto al hacinamiento.
Dentro de este pabellón se ven aún más las reglas internas. La jerarquía, encabezada por El Comité, que es un grupo de presos con muchísimo dinero, es la que soluciona los problemas de convivencia, y si se quiere disfrutar de algunos beneficios dentro de la cárcel más vale tratarlos con deferencia. Luego, dentro de la prisión se puede conseguir casi todo, pero muchísimo más caro.
De La Picota el Lince fue extraditado a Estados Unidos. Allá lo llevaron al Centro de Detención de Washington D.C. Dentro de esa cárcel lo protegió la sombra de Pablo Escobar, con el que, sin embargo, no tenía ninguna relación, salvo las coincidencias de ser paisas y perseguidos por el narcotráfico. Para los presos norteamericanos un narcotraficante venido de la misma tierra de Pablo Escobar podía fácilmente ser uno de sus herederos y por eso se ganó un respeto infundado.
En la típica separación de los reclusos por similitudes físicas al Lince, que según esto podría hacerse con los blancos o sea los wasps, tuvo que ignorar su color de piel para juntarse con los hispanos, con los que se identificaba de inmediato por la forma de hablar. El Lince, que nunca fue un buen estudiante, lo fue por un tiempo en la cárcel, y presentó un examen que al menos el 90% solía reprobar para recibir un título de bachillerato válido en Estados Unidos y Canadá.
La limpieza fue otra característica en la que El Lince destacó en prisión. En un lugar donde todos acostumbran a rellenar de suciedad El Lince y su compañero fueron tan pulcros y ordenados que inclusive recibieron una felicitación de una oficial superior.
Sin embardo del centro de detención en Washington fue trasladado sin aviso previo a Rappahannock. Una cárcel donde tendría mucho menos libertad que en el anterior presidio. Allá conoció unas pastillas para dormir que le recetaban a un compañero por problemas siquiátricos, llamadas pastillas de la libertad porque servía para saltar los días de encierro. La pastilla producía un sueño pesado que duraba más de un día. Lince las probó una vez y nunca más.
Después de pagar dos años de pena en las tres cárceles en las que estuvo, por declararse culpable, El Lince regresó a Medellín con la prohibición de algo que no quería hacer: volver a EUA.
Al final del relato El Lince se despierta junto a su mujer en Colombia a las once de la mañana y le dice: Sandra, para esto fue el canazo.
El cuarto relato está cubierto con tinta debido a que una vez impreso el libro el protagonista decidió que no quería aparecer, y para conservar el tiraje y la publicación esta narración fue borrada.
¿o qué pensas vos?