El cordón de la inocencia (Libro: Buenos muchachos, de David Betancourt)

 

Buenos muchachos

David Betancourt

Editorial Universidad de Antioquia, 2010

98 páginas

Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los
ojos en la nuca y se te empiecen a caer los
dientes
Andrés Caicedo

Todos los cuentos de este libro empujan la inocencia o el deseo a un hueco del que uno como lector no puede evitar caerse ni salir de él herido. Cada uno de los quince relatos de este texto parte de un niño o un adolescente que camina de lo natural a lo dolorosamente violento. Esa violencia, aunque a veces es física, es sobre todo sicológica y cultural. Es la repetición de un abuso tras otro.

 En el estilo, en un epígrafe y en la frecuencia de algunos temas y palabras se percibe constantemente algún destinito fatal como los que describía Andrés Caicedo. Y tenía razón Caicedo, tiene razón Betancourt al regresar a ese tema, para un niño o un adolescente no es mucho lo que ha cambiado, las probabilidades de perderse para siempre son mucho más altas que las de encontrarse, para la mayoría.

Tal vez la emoción principal de la niñez sea el asombro. De esa sensación, que entra por la mirada, está lleno este libro. El primer cuento, «Ventana herida», define en el título el tema de los demás. La admiración que sienten los protagonistas de estos relatos por algo que no conocen o que quieren ser desemboca en un hecho doloroso del que solo a veces es consciente el que lo vive. Ese dolor deja una marca, al leer los cuentos nos sentimos también como los protagonistas, y así lo que empieza con admiración y ternura termina en tristeza, rabia y dolor.

El primer cuento da el mayor golpe pues deja el efecto más doloroso para la frase final, en los demás cuentos el trauma aparece en el inicio y lo más importante pasa a ser cómo lo narra y no qué. El recurso más frecuente es el monólogo, este tipo de estructura intensifica la sensación de encierro del personaje dentro de sus propios demonios, como lo hacía Caicedo, de esta forma también convierte el daño del mundo exterior en un problema personal, sicológico.

El único cuento del libro que escapa a la primera persona es el segundo, «Te lo advertimos». Está escrito en segunda persona, el narrador cuenta la vida de otro como si fuera un espejo de la propia. Esta ficción describe la realidad: el espejo de la mayoría de muchachos vivos, al menos en este territorio de pobreza y violencia, son un montón de jóvenes muertos porque los filtró el atajo de la vida fácil, una vida que en realidad es difícil y corta.

Dentro de la calidad probada como narrador que tiene el autor —que ya ha ganado varios concursos de cuento entre los que destaca el Premio Nacional de Cuento La Cueva 2016— lo único que me disgusta del libro es el exceso en la repetición del tema. Esa forma de hurgar en la herida me terminó insensibilizando en una mezcla de rechazo y aburrimiento. Atenuó el efecto asombrosamente doloroso del resto del libro. Quiero decir que de los quince cuentos tal vez sobren tres o cinco.

El relato que le da nombre al libro es el último, «Buenos muchachos». Al final del cuento uno de los protagonistas se ahorca al no ser capaz de asumir el destino de matón que empezaba a cumplir. El narrador en cambio resiste el dolor que le llega de todas partes, no lo aguanta por él, sino para contarlo, y esa es la forma que encuentra para salvar su inocencia, para no reanudar el cordón.


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