En «El inmortal», primer cuento de El Aleph de Borges, el autor repasa la finitud de la palabra en la infinitud del tiempo. Afirma que en un tiempo ilimitado un hombre es también todos los hombres, pues le pasan y se le ocurren todas las cosas, hasta perder su significado. De esta forma pierden sentido los ritos, las singularidades, la palabra. El resumen de este hombre reducido a su inmortalidad es el troglodita, más cercano a un perro que a un humano, habitante únicamente de un momento presente donde solo importa —y casi no tiene valor— lo que le sucede inmediatamente.
Para contar la historia Borges soñó ser los otros. Y así, en el texto, el protagonista es Homero, Plinio, de Quincey, Descartes y Shaw. Para serlo utiliza las palabras dichas por ellos, y lo justifica al afirmar que «Cuando se acerca el fin […] ya no quedan imágenes del recuerdo; solo quedan palabras». De este modo reafirma la vida de ese hombre al que solo la mortalidad de los otros lo hace diferente.
En este juego del tiempo que plantea el cuento me queda también la fragilidad de la palabra, su fin —y final— siempre tan próximo, su dependencia de la memoria y la imaginación, su necesidad de un lector, de un otro que desentierre lo que al autor no le permite la obligatoria sucesión de hechos.
La palabra, ahora lo sé, se alimenta de la vida de los otros, es su única inmortalidad posible.
¿o qué pensas vos?