10.1 La esperanza de todos en nombre propio

Otra vez voy a ser cándido:

A esta altura tan baja de la historia política ya deberíamos saber que en relación a lo que nos importa a nosotros, lo colectivo, ningún individuo va a venir a salvarnos. No entiendo por qué entonces tantas personas —de apariencia honesta— que se dedican a lo público sueñan con algo tan personal como la presidencia. En Colombia nos cuesta lo social desde todos los aspectos. La única forma de unirnos es alrededor de una aspiración personal, que al final resulta en muchas aspiraciones personales. Aquí lo de todos no es de casi nadie, y casi nadie vela por ello.

Yo sé que los presidentes, como las leyes, tienen mucho poder. Pero también sé que las leyes, como los presidentes, no hacen nada si la gente no hace nada tampoco. Vivimos en un país muy católico que sin embargo no cree en ninguna cosa: ese lugar donde tradicionalmente los sicarios se encomiendan a la Virgen. En el momento decisivo creemos solo en nosotros mismos por un ratico mientras rechazamos al otro. No somos capaces de armonizar la cultura con la moral y la ley, porque sentimos que ninguna de esas abstracciones es en realidad nuestra.

Como criticar es fácil y vacío voy a decir lo que me gustaría, que no es menos vago y lejano. Yo preferiría por ejemplo que esa gente de apariencia honesta por la que voto cada cuatro años no aspire tanto a la presidencia de la república, sino solo a la de un partido político. En otras palabras, que no aspire a iluminar esta oscuridad de país con un interruptor sino que intente que cada uno sea una vela. Alguien que ponga las bases de una abstracción ideal a largo plazo donde se puedan reunir muchas de las personas preparadas que están regadas en todo el territorio. Alguien que se dedique a unir a los excluidos y los diferentes en un proyecto similar —tal vez inalcanzable— que nos sirva a muchos para caminar juntos.

A ver si por fin dejan de fracasar los salvadores unipersonales y nos empezamos a salvar nosotros a nosotros mismos.

 


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