Uno no olvida lo que quiere sino lo que puede. Yo guardo sin querer recuerdos que no me importan —el coro de una canción de merengue de 1998—, y en cambio todavía busco hasta inventármelos recuerdos que no quiero perder —tu cara en el espejo en que me miras mirando—. Ya sé que olvidar, como recordar, es importante, pero a veces pienso que nada en mi vida lo hago a propósito.
Funes, el memorioso del cuento de Borges, no tiene el problema del olvido, tiene el problema contrario, y ese es un nudo mucho más grande. No olvidar, de verdad no olvidar nunca, recordar cada detalle insignificante hasta casi ser capaz de darle un nombre propio a una cantidad infinita de números es una locura de la que es mucho mejor salirse. «Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer», escribe Borges.
Después de leer el cuento sé que olvidar sirve para no hacer la vida insoportable. El tiempo es cómo lo recordamos, olvidar es pensar, inventar, llenar los vacíos. Ahora sé que yo lo que tengo es un vacío que me la paso llenando con inventos.
¿o qué pensas vos?