3.1 Leer con los dedos

Leer con los dedos me hace más difícil saltar hacia adentro. Pasar con las yemas las palabras de la pantalla es más difícil porque me invita muy rápido a abrir otro vínculo, sin terminar el primero. Estoy intentando decir que leer con todas las pestañas abiertas es más difícil que leer con los ojos cerrados.  La lectura en digital me quiere llamar la atención cuando ya la tiene, y si estoy en la tercera página de un cuento de repente recuerdo un poema y como lo tengo a la mano lo busco pero el poema me recuerda una voz y al buscarla se abre una canción por accidente. Después de más de una hora me doy cuenta de que no he leído la canción ni he escuchado el cuento ni he cantado el poema. Intentar leer en la era de Internet es no poder moverse de tanto estar saltando.

En este momento prefiero tocar con los ojos a leer con las manos. Para empezar a preguntarme lo que casi nunca entiendo necesito más tiempo del que puedo contar. Necesito espacio, necesito silencio, necesito inventarme —ahora miro una nube con forma de tenaza, como caída del suelo—. Aunque no me guste fumar entiendo el humo, leer es otra forma de respirar y las hojas en digital no huelen. Me muestran tanto que no me dejan ver.

Lo que importa son las palabras y cómo se juntan y cómo suenan cuando van cayendo, y no se necesita papel y cartón para ver y escuchar eso. Pero a mí me gusta el olor de las hojas de los libros y la forma en que se arrugan las palabras cuando las paso. Para leer necesito concentrarme en nada.

Al final de esta reflexión  sigo intentando leer, de todos modos, de todas las formas que puedo.


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