Para no molestar a los otros, a veces, tiendo a ignorarme, y eso los molesta. Quiero decir que escondo lo que no me gusta de mí porque pienso que tampoco le va a gustar a los demás y de ese modo, poco a poco, voy convirtiendo también lo que me gustaba de mí en lo que ya no me gusta tampoco, como si el virus fuera yo. Pero estar callado, no participar, no hacer nunca parte de lo que le gusta — o no — a los demás no le gusta a nadie, a mí tampoco. Al final de este párrafo los demás son siempre unos extraños que quieren de mí lo contrario de lo que estoy haciendo. Y el error es intentar darles gusto, y no intentarlo también es un error.
Lo bonito entonces es soltarse, dejarse ir; pero en la realidad eso significa caer encima de alguien…la realidad real y no de reality está en el punto medio: soltarse sin dejarse caer: la realidad es bailar. Ahorita mismo pienso en alguien que me gusta y creo que es sobretodo porque sabe bailar, porque ella con ella es lo contrario al rechazo. Pienso en eso como pienso en hacer lo que no me gusta para hacer lo que quiero hacer, y me siento un extraño de mí. Saber bailar es difícil porque el baile es el tiempo de uno (solo de uno) que también lleva a los otros adentro. Y hay que dejarlos salir para dejarse salir, saber soltar para agarrarse de algo. La realidad es una contradicción.
A mí me costó mucho tiempo aprender a defenderme bailando. Todavía repito en todas partes que yo no bailo sino que me defiendo, y al contrario de los milagros, después de pensarla dos veces esa frase ya no me parece normal. Yo no bailo bien, todavía no bailo bien, pero no lo quiero — puedo — evitar. Lo intento todo el tiempo, lo repito, me repito, me dejo ir, me recojo. Creo que lo que quiero decir con todo esto es que ahora sé que para evitar el rechazo, la resistencia, lo tengo que perseguir. Tengo que aceptarlo como algo inevitable. Tengo que aceptarlo como algo natural porque es ese impulso de aceptar también el no aceptarme el que me ayuda a volver, como una necesidad.
¿o qué pensas vos?