Ayer te vi otra vez detrás del cristal y habías cambiado. Tenías el pelo corto, la sonrisa más grande, y una ola dentro de los ojos. El jean azúl claro y la blusa blanca, amplia, te hacía ver suelta, y contrastaba con tu piel tostada de pan blanco. Entre tus cejas había una arruguita chiquitiquitica, diminuta, la que dibujas cuando no te gustas del todo, cuando algo no te cuadra. Y ya sé, que es difícil que los sepas, que lo sepamos, que podamos decir con palabras que el problema es este, que la blusa no sale, o que simplemente no tenemos arreglo. Pero me gusta cuando eso pasa, porque te quedas más tiempo, y yo te miro mirando, mientras me miras mirar.
Hay un cuento de Cortázar que leímos hace tiempo, Axolotl. Es sobre un pez con ojos de oro que se encuentra en un acuario al que el protagonista va a mirar y mirar, como si fuera un eslabón fantástico entre él y eso otro. Nosotras no somos Axolotl, porque tú no me reconoces. Yo estoy aquí dentro del espejo y tú me miras y no me ves y no sabes que soy tú y no te estás viendo. También nos gusta la novela de Alicia, sobre todo cuando ella se cae entre el cristal.
Ser reflejo es peor que ser sombra, es un cuarto de vidrio diminuto que solo crece cuando cierras profundamente los ojos, cuando duermes. Solo en ese momento el espejo se abre, y no soy yo sino tú la que pasa al otro lado. Y no eres tú sino yo la que pone las reglas. Yo te recuerdo lo que olvidas, lo que soñaste hace años, y así me recuerdo. A veces cuando muevo un libro aquí, una voz allá, o una cara tuya te despiertas como de una pesadilla, y a los ocho minutos no te acuerdas. Luego vienes al espejo y piensas que hoy tampoco te pareces a ti, y te «arreglas» y te «cambias», sin saber que solo yo decido eso. Porque soy yo, y no tú, las que nos estamos soñando.
¿o qué pensas vos?