De niño, sentado en la cama, tenía a veces la sensación extraña de que el cuarto se hacía más grande mientras yo me hacía cada vez más pequeño, veía las paredes estirarse, el mundo alejándose de mí. Era una forma ligera de vértigo que me confundía y me cambiaba la perspectiva de los objetos alrededor. Todavía hoy, con más de treinta años, tengo a ratos la misma sensación, pero a veces no son solo los objetos los que se alejan y cambian, sino mi percepción sobre lo que veo, vivo y soy.
Sé, desde mi subjetividad e ignorancia, que el tiempo vivido es una materia rara que distorsiona mi percepción. Esto es algo que entiendo y puedo explicar desde cosas simples, por ejemplo, la «gente grande» y su extraño mundo eran antes personas de dieciocho años, hoy no entiendo esa distancia, salvo hacia atrás, con la gente de dieciocho años, que me parecen niños. Pienso también en lo que me parecía difícil y ahora me parece fácil, como esperar un mes para que pase algo; o lo que me parecía fácil y hoy no soy capaz de hacer, como creer en historias de muertos vivientes o marcianos antropomórficos. La perspectiva cambia tanto todo que a veces me parece que no queda cerca ni siquiera la vuelta de la esquina.
Hoy, cuando me da vértigo, me dan ganas de acostarme y cerrar los ojos, de no ver más al mundo moverse mientras yo estoy quieto. Es lo mismo que intento hacer cuando la perspectiva de lo que estoy viviendo me cambia en una forma que no soy capaz de asimilar. Entonces intento encerrarme en el silencio como si fuera un lugar tranquilo, cierro los ojos, intento poner mi mente en blanco, aunque adentro mío esté viendo todo negro…
¿o qué pensas vos?