Cada año que pasa

Yo no creo que los años terminen cuando dice el calendario. Ningún calendario. Los  días son uno abriendo y cerrando los ojos, y no las hojas enumeradas de los meses.  Lo que sí existe y es inevitable son los ciclos. Lo sé por mi tía y por mi primo. Cada veintiocho, veintinueve o treinta de diciembre aparecen acompañados de otros primos y otros tíos, se bajan de aviones llenos de primos y tíos de otros mientras en el aeropuerto hay más como yo, esperándolos desde el año pasado, desde el próximo.

Mi espacio en los días en que están ya no es mi espacio, pero tampoco es el de ellos. Durante ese tiempo todos los pronombres personales se resumen en nosotros. Somos un bloque de cosas disímiles intentando ponerse de acuerdo en hacer algo juntos sin lograrlo, como cuando uno está solo. Sé que mientras están las cosas pasan, los días pasan, porque seguimos todos abriendo y cerrando los ojos, como fotos que no dejan de sucederse desde hace más de treinta años. Sé que el ciclo acaba porque después de un tiempo hay una nueva reunión de tías y primos de otros que se ponen de acuerdo para llenar otra vez los aviones. Y sé que estoy regresando al principio, pero después, cuando reaparece el singular: yo.

Al regresar a casa me doy cuenta de que otra vez se ha quedado algo de ellos, esta vez es un llavero sin llave, y una media sola. Me escriben para decirme que llegaron y yo les respondo que dejaron un par de cosas, ellos me dicen que no importa, que las guarde y que luego…y yo digo bueno. Pero todos sabemos cómo sucede  esto. Lo más probable es que hayan dejado para siempre esa parte de ellos acá y que luego se pierda para todos y no la volvamos a ver, salvo por las fotos.

Y así es como se acaban y renuevan los ciclos. A veces pienso que el día que no vengan los años no van a volver a empezar.


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