Otro amor imaginario

Creo que el próximo año voy a cumplir diez años solo. Qué locura. Digo solo y me refiero a solitario, nadie esta en verdad solo nunca. Digo solo y me refiero a sin mujer, como diría Sabines. No tengo un propósito místico-extraño que me haya hecho saltar el tiempo de esa forma. Debajo de todo esto estoy yo siendo idealista e inseguro hasta la parálisis más boba. Cuando he tenido una oportunidad no me ha llenado. Cuando he querido llenarme no he encontrado la oportunidad.

Afuera sin embargo viven las parejas absorbidas, el uno al otro, en su esfera. Y yo a veces camino alrededor, sin reventarles la burbuja, y me parece una locura todo eso. Una locura en la que yo también quisiera estar. Qué importa si el enamoramiento no es, en realidad, mágico e indestructible. Qué importa si adentro de esa burbuja hay un mundo imaginario que, salvo por la fe en el otro, no se corresponde. Enamorarse es inventarse al otro, reconstruirlo, conformarlo con las cascaritas de las ganas. Y es que las cosas ciertas se cuentan, si acaso, en los dedos de una mano, y aun así no están al alcance de nada. Son meras ficciones, ganas de creer.

Precisamente porque me gustan las ficciones me puse a imaginar a mi mujer ideal. Se llama Amalia, de ama y de amor (imaginario). Es pelirroja y pecosa, no muy blanca, ni flaca ni gorda, tiene una luz en la sonrisa y un agujero negro en los ojos, me quiere mucho y esta llena de algo mío que ella es pero que no habrá de darme nunca. Le hablo, hablamos todo el tiempo para desenterrarnos, para encontrarnos por debajo de todas esas palabras e ideas preconcebidas que tampoco somos.

Es, al final, una burbuja boba, más ligera y falsa que las ficciones de carne en las que viven los otros, pero me sirve para jugar a encontrar la realidad en otro lado.


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