Antes de que llegara Enrique el terror de la vereda era Putifar. La finca en la que vivía era grande y bonita, quedaba a diez minutos en jeep de El Retiro. Para llegar había que atravesar otros cinco minutos de carretera sin pavimentar. Putifar conocía esa camino desde siempre, pero hacía mucho que no lo recorría, vivía encerrado en su casa, protegiendo su imagen de espanto del sector. Era negro y antipático y su nombre estaba en la imaginación de todos los que conocían el lugar. El miedo que producía alcanzaba los oídos de los recién llegados más rápido que el coco o la guerrilla. Putifar era un mito que nadie quería ver.
Al dueño de la finca, Don Libardo, le convenía que todos le tuvieran pánico al perro. El animal le daba todo el tiempo y la soledad que necesitaba. Don Libardo era una persona asocial y algo insegura que por su propio miedo a los otros decidió cultivar, a través del perro, el miedo en los demás.
Cuando el dueño quiso vender la finca el perro fue un problema también para él. El miedo a Putifar mantenía alejados a los posibles compradores. La extraña fortuna de Enrique, en este caso, fue no poder ver. No creía en lo mismo que los otros porque no veía lo que los otros estaban viendo.
Cuando compró la finca, barata a causa de la ausencia de clientes, se acercó al perro, al que escuchó ladrar y escupir babasa con rabia, se acercó y se acercó hasta acariciarlo, entonces le ofreció algo de comida y lo soltó. Ese día Putifar se puso a llorar de la felicidad. Cambió tanto que los vecinos de la vereda pensaron que era otro, y que el perro del terror se había ido con Don Libardo.
Hay un refrán que dice que en tierra de ciegos el tuerto es rey, pero a Enrique, por experiencia propia, siempre le pareció que esa afirmación se prestaba a engaños.
¿o qué pensas vos?