La enfermedad y el carácter

Sé que dicen que los hospitales son sitios sin personalidad: antisépticos, sospechosos. La sala en la que estoy esta llena de sillas grandes, hay muchas personas, de todas las edades. También hay sillas pequeñas y enfermeros y médicas que caminan y revisan las drogas de los pacientes, que preguntan y a veces ríen. Las paredes son color blanco hueso. Son altas y están desnudas de cuadros, afiches o rayones. Algunos pacientes están calvos, otros flacos, hablan, duermen, leen o ven televisión. Yo estoy sentando en una silla pequeña acompañando a mi mamá, que recibe droga en una de las grandes.

Desde donde estoy sentado me parece que lo más difícil de la enfermedad es la incertidumbre. El miedo y la incertidumbre producen una forma de confusión y parálisis que hace que mientras la vida vaya más rápido uno sea más lento. Es como mirar por la ventana del tren, solo que uno  no esta adentro, sino afuera mirando, y las cosas que pasan rápido por el vidrio en verdad le están pasando a uno, que esta ahí, sin poder reaccionar.

Sin embargo, cuando miro a mi mamá enfrentar todo esto, otra vez superar todo esto, me parece que ella es el tren. No importa qué tan física y grave y real parezca la realidad; esas cosas gaseosas en las que a veces no creemos, que son nuestras emociones, siempre hacen la diferencia. Ante todos aquellos obstáculos pesados y materiales que en ocasiones parecen inevitables siempre están nuestras emociones, nuestra inteligencia para intentar entender, pare decidir bien, y nuestra resistencia. Tal vez no siempre se pueda ganar, pero la forma en la que hacemos las cosas cuenta.

Yo pienso que los hospitales no están hechos de cemento, sino de la gente que esta ahí. No entiendo que la gente diga que los hospitales son sitios sin personalidad, siendo que cada vez que yo estoy allí me siento en el mejor puesto del tren.


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