En el medio de varias personas sentadas en círculo hay frutas, ambil y mambe. Cantan en una lengua que ignoro, están felices, comparten las frutas, se untan el ambil en la mano y lo chupan, el mambe se lo pasan después de cada canto, es un polvo verde, lo toman con una cuchara de madera, se lo meten a la boca y lo mascan mientras siguen cantando. Dentro de ese círculo estoy yo. Me matriculé en un curso de la universidad llamado Poesía indígena. La clase no tiene aulas, es en una zona verde, todo el conocimiento es oral. No intentamos aprender la lengua como algo que se puede agarrar. Bailamos y cantamos, imitamos y aprendemos de una forma diferente. Aprendemos a convivir y compartir sin poseer. La primera clase quise cancelar la materia. Todo me parecía ajeno. Otros estudiantes pasaban mirándonos. Me sentí juzgado. Sin embargo esa noche me fui a dormir repitiendo sin querer una canción: «Bu diga kue uriri; kue diga o uriñena», que traduce: ¿con quién voy a hablar si tú no quieres hablar conmigo? No cancelé. Hubiera sido un gran error hacerlo.
El semestre ha terminado y ya no estoy en clase. Últimamente hace mucho sol. Son dos fenómenos que se retroalimentan: el del niño y el calentamiento global. Hace meses se vienen registrando las temperaturas más altas de la historia, al menos en Colombia. El agua comienza a escasear en varios pueblos. En este, uno de los países con más recursos hídricos del mundo, el agua falta. Pienso que de tanto querer poseer y consumir las cosas nos estamos consumiendo a nosotros mismos. Envidio el equilibrio con el que -aprendí el semestre pasado- vive la cultura minika.
¿o qué pensas vos?